2 Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; 3 mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren; 4 proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. 5 Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias; 6 contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. 7 Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias; 8 el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles, y los protege. 9 Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. | | Salmo alfabético, de alabanza y, especialmente en la segunda parte, de estilo sapiencial. El salmista comienza con una invitación a los humildes para que, siguiendo su ejemplo, entonen un himno de alabanza y proclamen la grandeza del Señor. Esa misma proclamación, en tanto que reconoce el carácter salvador de la acción de Dios, reproduce la experiencia de salvación y, por eso, será causa de gozo y alegría para quienes entonan el himno. La experiencia del salmista proporciona el fundamento y la motivación de la alabanza: Dios ha respondido a su oración liberándolo de todos sus miedos; por eso pasa de la alabanza a la confianza y, de ella, a la esperanza: los que, como él, busquen a Dios, obtendrán una respuesta semejante a la que él recibió: liberación y gozo. Continúa el salmo con una afirmación categórica: Dios escucha siempre al afligido que se dirige a él y su respuesta es siempre liberadora. Los últimos versos seleccionados para el salmo responsorial de este domingo conectan con la primera lectura por su alusión al ángel del Señor, signo de la protección que Dios ofrece a sus fieles. El último verso contiene la afirmación de que la cercanía de Dios es fuente y garantía de felicidad y bienaventuranza. |