9 Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón». 10 La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra; 11 La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; 12 la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. 13 El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. 14 La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos. |
La vuelta del destierro no supuso la solución de todos los problemas: a los retornados les queda una tarea importante que realizar, la reconstrucción de Jerusalén. Este podría ser el ambiente vital en el que hay que situar este salmo. Tras el reconocimiento agradecido de la salvación recibida, (vv. 2-4), se eleva a Dios una súplica de plena restauración, en la que se le pide que, con toda su eficacia haga sentir a sus fieles su misericordia salvadora (5-8). A esa petición responde, en forma de oráculo, el responsable -tal vez un sacerdote- de la celebración: Dios anuncia la paz. La paz, el conjunto de todos los bienes a los que un hombre o un pueblo puede aspirar, va a llegar de parte de Dios; esa paz será, al mismo tiempo, salvación para el pueblo y gloria de Dios. El origen de esta salvación es el amor leal de Dios para con su pueblo; su realización concreta, la justicia y la paz. Aunque amor y lealtad, justicia y paz llegan al mismo tiempo, si quisiéramos establecer algún orden lógico en esta escolta que acompaña y manifiesta la presencia de Dios, podríamos decir que el amor de Dios tendrá como reflejo la justicia en la tierra; su lealtad, esto es, la fidelidad, la permanencia de ese amor, dará, como fruto, la paz. El v. 14 establece un orden más preciso: la justicia en la Tierra precede a la acción salvadora de Dios, salvación que podemos identificar con la paz. |