Domingo 5º de Cuaresma - Ciclo B
Salmo responsorial: 50(51),3-15
3 Misericordia, Dios mío, por tu bondad, |
El salmo 50, uno de los más conocidos del salterio, es la continuación o respuesta al salmo anterior que constituye una dura requisitoria o acusación de Dios contra el hombre que recita constantemente los mandamientos pero no los cumple. Al final el salmo abre la puerta a la esperanza: «confesar el pecado es sacrificio que me honra, al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios» (49/50,23).
En el salmo 50(51) encontramos, pues, la respuesta del hombre que es, en primer lugar, una apelación al amor de Dios -«Misericordia, Dios mío, por tu bondad...»-, seguido del reconocimiento de la propia culpa; a continuación se pide algo verdaderamente insólito: ser objeto de una re-creación: un corazón puro, un espíritu firme... Esa nueva creación implica continuar gozando de la presencia, de la cercanía de Dios y de la fuerza de su Espíritu; sólo así el salmista sabe que podrá mantener su fidelidad. Finalmente se solicita el cumplimiento de la promesa con que acababa el salmo anterior: «devuélveme la alegría de tu salvación...», a la que el orante responderá dando testimonio del amor/perdón recibido, convirtiéndose así en invitación para que otros pecadores se conviertan y entonando himnos de alabanza y reconociendo la justicia de Dios (vv. 14-16).
Después de recibir el perdón, el salmista lo celebra litúrgicamente, entonando himnos de acción de gracias; no obstante, reconoce el salmista, el culto -los sacrificios- no son del agrado del Señor si no se apoyan en una conversión interior sincera.