55 1 ¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde. 2 ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?, ¿y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. 3 Prestad oído, venid a mí, escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David: 4 a él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones; 5 tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti: por el Señor, tu Dios; por el Santo de Israel, que te honra. 6 Buscad al Señor mientras se deje encontrar, invocadlo mientras esté cerca; 7 que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y Él se apiadará, a nuestro Dios, que es rico en perdón. 8 Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos —oráculo del Señor—. 9 Como el cielo está por encima de la tierra, mis caminos están por encima de los vuestros y mis planes de vuestros planes. 10 Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer, 11 así será mi Palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo. |
Pertenece este fragmento al final de la profecía del Segundo Isaías que comienza con el oráculo que anuncia el final del destierro de Babilonia, y el segundo éxodo que concluirá con el retorno a la tierra (Is 40,1-11). Aquel anuncio, aquella palabra que el profeta (se nombra como heraldo/mensajero de buenas noticias) pronunció en nombre de Dios va a realizarse. El profeta insta a sus oyentes a que lo escuchen con atención, pues su palabra, que se ofrece gratuitamente, será de gran provecho para sus vidas. No será el dinero lo que resolverá sus aspiraciones, sino el proyecto contenido en la palabra del profeta, palabra de Dios. Interpretando libremente la profecía de Natán a David (2 Sam 7,8-16), renueva la alianza refiriéndola no a un personaje individual de la estirpe de David, sino a todo el pueblo. La estabilidad de la casa de David era, según el salmo 88/89,37, testigo de la fidelidad de Dios a su promesa; ahora será todo el pueblo testigo ante el resto de los pueblos: su modo de vida atraerá la atención de otros pueblos; su modo de vida revelará la presencia de Dios. El plan de Dios supera en mucho los planes humanos; si el pueblo vive de acuerdo con el plan de Dios, revelará, será testigo, de la eficacia de la palabra —creadora, vivificadora y liberadora— de Dios, que contiene ese plan: un pueblo libre, de personas libres que no reproducen en su vida la opresión y las injusticias sufridas en el destierro o, recordando el primer éxodo, en la esclavitud de Egipto. Algunos autores ven en este texto el origen de la teología de la palabra del evangelio de Juan. |