2 Vi después otro ángel que subía del oriente llevando el sello de Dios vivo. Con un grito estentóreo dijo a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar: 3 «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente con el sello a los siervos de nuestro Dios». 4 Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. 9 Después de esto apareció en la visión una muchedumbre innumerable de toda nación y raza, pueblo y lengua; estaban de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidos de blanco y con palmas en la mano; 10 aclamaban a gritos: - ¡La victoria pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero! 11 Todos los ángeles que estaban de pie rodeando el trono, los ancianos y los cuatro vivientes, cayeron rostro en tierra ante el trono y rindieron homenaje a Dios, 12 diciendo: - Amén. ¡La alabanza, la gloria, la sabiduría, las gracias, el honor, la potencia y la fuerza se deben a nuestro Dios por los siglos de los siglos! Amén. 13 Se dirigió a mí uno de los ancianos y me preguntó: «Ésos vestidos de blanco ¿quiénes son y de dónde vienen?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás». 14 Él me contestó: «Ésos son los que han salido de la gran persecución; han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero. |
El párrafo que precede a esta lectura (6,12-17: apertura del sexto sello), en el que se anuncia la caída de los imperios opresores de la humanidad, la pérdida de vigencia de sus valores y la sensación de caos y miedo a la destrucción que tal caída provoca, termina con una angustiosa pregunta: «¿Quién podrá subsistir?». Los versículos que se leen en la liturgia de hoy son el comienzo de la respuesta a esta pregunta. Inspirado en un pasaje de Ezequiel (9,1-11) en donde Dios manda a un escribano que marque en la frente con tinta a los que «se lamentan afligidos por las abominaciones que se cometen» en Jerusalén, es decir, a quienes no son culpables ni de la idolatría ni de los crímenes y la injusticia que están presentes en el país y colman la ciudad, el autor del Apocalipsis presenta a un grupo (ciento cuarenta y cuatro mil, 12.000 x 12.000, el nuevo pueblo de Dios, en el que llega a su plenitud el proyecto de Dios iniciado con el antiguo Israel) cuyos miembros son llamados «los siervos de nuestro Dios» y que son marcados con un sello, signo del bautismo con Espíritu (2Cor 1,22; Ef 1,13), garantía de vida que vence y supera a la muerte (2Cor 5,5). A la aparición se une una muchedumbre innumerable de toda nación y raza, pueblo y lengua..., que proclaman la victoria de Dios y del Mesías, el Cordero. Son los que han completado con éxito su camino, no se han dejado vencer por las persecuciones, han mantenido su fidelidad y participan ahora de la victoria (vestiduras blancas, palmas) de Dios. Esa participación es consecuencia directa de su adhesión al proyecto de Jesús, de su comunión con las causas de su lucha y de su muerte, de su solidaridad «con la sangre del Cordero». |