16 Tú eres nuestro padre: Abrahán no sabe de nosotros, Israel no nos conoce; tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es “Nuestro Redentor”. 17 Señor, ¿por qué nos extravías lejos de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te respete? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus de tu heredad. Ojalá rasgaras el cielo y bajaras, derritiendo los montes con tu presencia, 64 1 como fuego que prende en los sarmientos o hace hervir el agua! Para mostrar a tus enemigos quién eres, para que tiemblen ante ti las naciones, 3Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él. 4 Sales al encuentro del que practica gozosamente la justicia y tiene presentes tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos salvos. 5 Todos estábamos contaminados, nuestra justicia era un paño asqueroso; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. 6 Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa. 7 y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. 8 No te excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. |
Este fragmento pertenece a una unidad más amplia (63,7-64,11), dentro de la tercera parte del libro de Isaías. En un contexto de desastre nacional, el pueblo se dirige a Dios para pedirle su intervención salvadora. Comienza con la evocación de anteriores intervenciones de Dios (63,7-14); Dios actúa movido por su misericordia (v.7) y confiado en que el pueblo corresponderá como hijo a su actuación paternal. A partir del v. 15 comienza la petición propiamente dicha, en la que por tres veces (63,16ab; 64,7) se recuerda que Dios es el verdadero Padre del pueblo, paternidad a la que se asocia el título de «Nuestro Redentor», Nuestro Liberador, títulos ambos -padre y liberador, origen de la vida y garante de la libertad- que fundan la esperanza en que volverá a repetirse su acción salvadora. Se pide la presencia de Dios con un doble objetivo: castigar a los enemigos y, sobre todo, restaurar al pueblo, devolverle la libertad y transformar su rebeldía en una relación armónica con Dios. |