1 Arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarles a comer carne de cerdo, 2 prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: - ¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la Ley de nuestros padres. 9 Y estando para morir, dijo: - Tú, malvado, nos arrancas la vida presente. Pero cuando hayamos muerto por su Ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna. 10 Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua; 11 lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: - De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio. Espero recobrarlas del mismo Dios. 12 El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y cuando estaba para morir, dijo: - Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. En cambio, tú no resucitarás para la vida. |
Durante el dominio griego de Palestina, siendo rey Antíoco Epífanes, los judíos fueron obligados a abandonar sus prácticas religiosas, como la circuncisión, el sábado...: «Poco tiempo después, el rey envió a un senador ateniense para que obligara a los judíos a abandonar las costumbres tradicionales y a no gobernarse por la ley de Dios» (2º Mac 6,1). La lectura de hoy nos presenta un ejemplo de resistencia ante estas decisiones: algunas personas, israelitas fieles (primero un anciano letrado y después una madre y sus siete hijos), son obligadas a violar la prohibición de comer carne de animales impuros, como expresión apostasía respecto a su fe religiosa y de acatamiento a las normas del imperio. Las tres generaciones darán la vida al negarse a violar la Ley, primero el anciano (6,18-31), después cada uno de los hermanos (7,1-4) y, finalmente, la madre (7,41). El fragmento seleccionado como primera lectura de hoy se refiere a la detención de los hermanos y a las palabras que dirigen los cuatro hermanos mayores a sus torturadores. El primero demuestra su fidelidad a la Ley, mostrándose dispuesto a dar la vida para mantener dicha fidelidad; el segundo confiesa la fe en la resurrección: Dios está con los que le son fieles hasta el punto de garantizarles una vida futura, después de que les sea arrebatada la presente. La misma fe se descubre en las palabras del tercero: la vida y el cuerpo que la contiene, son don de Dios; en Él está la seguridad de sus fieles y de ésta nace la esperanza de recobrar íntegra la vida y el cuerpo destrozado por las torturas. El cuarto de los hermanos, además de confesar su fe en la resurrección, añade una advertencia contra el responsable de la opresión del pueblo de Dios y, a la vez, de la tortura de sus fieles: él no participará de la vida futura que ellos esperan. |