6 1 Ay de los que se fían de Sion, confían en el monte de Samaría: 4 os acostáis en lechos de marfil, tumbados sobre las camas coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo; 5 canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales, 6 bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José. 7 Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos. |
Dura condena del profeta Amós contra los lujos de las clases dirigentes de Israel. El v. 1 desmonta una falsa confianza: por el simple hecho de pertenecer al pueblo de Dios (Sion -Jerusalén- y Samaría son las capitales de los dos reinos hebreos, Judá e Israel) no tienen garantizada la salvación (entendiendo este concepto en su sentido más amplio, no sólo en el sentido de salvación en el más allá). Pertenecer al pueblo de Dios coherentemente implica la exigencia de asumir como propia una misión en el mundo: mostrar realizado el plan de Dios; si esta tarea no se lleva a cabo, la pertenencia al pueblo elegido no proporcionará ninguna ventaja respecto a los miembros de otros pueblos. Los vv. 4-6 describen el lujo, la opulencia y la ostentación, la buena vida, en suma, de los ricos: comodidades, muebles de materiales valiosos, mesas con los mejores alimentos, fiestas, música, buen vino, magníficos perfumes... Toda esta riqueza es, al mismo tiempo, causa de una fría insensibilidad ante «los desastres de José». Esta insensibilidad se ha interpretado de dos maneras diferentes, que no son incompatibles entre sí. Según algunos estudiosos la expresión los desastres de José tiene un sentido estrictamente social: se referiría a la pobreza y la miseria que sufre el pueblo; para otros, la expresión se referiría a un próximo desastre político (invasión de los asirios) que se interpreta como castigo de Dios a la infidelidad del pueblo. La insensibilidad, en este caso, se referiría directamente al designio, al plan de Dios. Lo que une ambas interpretaciones es la consideración de que el plan de Dios en el mundo consiste en la implantación de la justicia, que la misión del pueblo elegido es la realización de ese plan y que los desastres que se interpretan como castigo de Dios son siempre consecuencia o expresión de la traición o la infidelidad a ese designio de Dios, a la misión encomendada a Israel: dar inicio a la realización de la justicia en la Tierra. |