4 Los dignatarios dijeron al rey: - Muera ese hombre, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia. 5 Respondió el rey Sedecías: - Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros. 6 Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo y Jeremías se hundió en el lodo. 8 Ebedmélec salió del palacio y habló al rey: 9 - Majestad, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre (porque no quedaba pan en la ciudad). 10 Entonces el rey ordenó a Ebedmélec, el etíope: - Toma tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera. |
Como en muchas otras ocasiones otros profetas, Jeremías muestra su desconfianza en el apoyo que ofrecen al pueblo elegido, en este caso, a Judá, las potencias extranjeras. En esta ocasión es el Imperio Egipcio el que parece ofrecer seguridad a los dirigentes judíos ante el ataque de los caldeos: Jeremías avisa de que los egipcios se marcharán y de que los caldeos ni serán derrotados ni cejarán en su empeño hasta conquistar Jerusalén. En esas circunstancias, advierte, sólo salvarán la vida los que se entreguen a los caldeos pues Dios ha decidido entregar Jerusalén a Babilonia (38,2-3). El anuncio del profeta es respuesta a la petición del rey, quien le pidió que consultara al Señor sobre el particular; sin embargo otros -falsos- profetas, habían aconsejado lo contrario (37,19-20) El anuncio del profeta molesta a los altos cargos de palacio, partidarios de confiar en que la fuerza de Egipto los salvará de los babilonios y consiguen que el rey, que lo tenía bajo su protección, se lo entregue; ellos, sin juicio alguno, lo condenan a muerte, de la que lo salva la súplica de un criado del rey. Temas fundamentales de este fragmento son, en el contexto de la teología véterotestamentaria, la necesidad de confiar en Dios y no en los hombres poderosos; la fidelidad del profeta a la palabra de Dios, aunque no convenga a los que lo escuchan; y, en consecuencia, el conflicto permanente entre el profeta y los poderosos, especialmente con aquellos que interesadamente ponen su esperanza en los poderes de este mundo en lugar de confiar en la fuerza liberadora del Señor. |