⁵ Así dice el Señor:
    - ¡Maldito quien confía en un hombre y busca apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor!
    ⁶ Será cardo estepario que no llegará a ver la lluvia, habitará un desierto abrasado, tierra salobre e inhóspita.
    ⁷ ¡Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo!
    ⁸ Será un árbol plantado junto al agua, arraigado junto a la corriente; cuando llegue el bochorno,
no temerá, su follaje seguirá verde, en año de sequía no se asusta, no deja de dar fruto.

    Con estilo sapiencial, el profeta Jeremías contrapone dos actitudes que, aparentemente se excluyen entre sí: la confianza en el hombre y la confianza en Dios.
    Esta contraposición no debe entenderse, como se ha hecho con frecuencia, como si Dios estuviera celoso del hombre y quisiera que los seres humanos se olvidaran de sus semejantes para estar siempre pendientes de Dios. El sentido de estas afirmaciones debe enmarcarse, de acuerdo con la tradición bíblica, como la incompatibilidad del orden social que unos pocos hombres han impuesto a la mayoría y la necesidad de desconfiar de éstos para acoger con total confianza el modo de vida que propone la Palabra de Dios. El «hombre» del que hay que desconfiar es el que ofrece una fuerza que termina por ser causa de muerte; acoger la Palabra de Dios, en cambio, es causa de vida desbordante (Sal 1; 118,8-9; 146,2-10).