1 ¡Levántate, brilla Jerusalén, que llega tu luz La gloria del Señor amanece sobre ti! 2 Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; 3 y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes a la luz de tu aurora. 4 Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. 5 Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. 6 Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor. |
El anuncio de la liberación, que se repite una y otra vez en el mensaje de Isaías, adquiere en este texto una dimensión universalista que revela el auténtico sentido de la elección: Dios se ha fijado en Israel y lo ha elegido para que sirva de guía y de modelo al resto de las naciones. La gloria de Dios consiste en la vida del pueblo que, poniendo en práctica la voluntad del Señor (ver Is 60,21)1, muestra a toda la humanidad que es posible salir de la tiniebla -de la injusticia, del pecado- y vivir a plena luz. La verdadera religiosidad, acaba de decir el profeta, es la práctica de la justicia y precisamente en eso consiste la luz (58,8-10)2. Esa luz, la justicia realizada en una sociedad humana, es la que atraerá tanto a los israelitas dispersos por el mundo como al resto de los pueblos, que mostrarán su admiración y respeto mediante las ofrendas con que se presentarán ante el Señor, proclamando su grandeza. 1.- En tu pueblo, todos serán justos y poseerán por siempre la tierra: es el brote que yo he plantado, la obra de mis manos, para gloria mía.
2.- Entonces romperá la luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá, gritarás, y te dirá: Aquí estoy. Cuando destierres de ti los cepos, y el señalar con el dedo, y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento, y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. |