²² El Señor me estableció al principio de sus tareas,
     al comienzo de sus obras antiquísimas.
²³ En un tiempo remotísimo fui formada,
     antes de comenzar la tierra.
²⁴ Antes de los océanos fui engendrada,
     antes de los manantiales de las aguas.
²⁵ Todavía no estaban encajados los montes,
     antes de las montañas fui engendrada.
²⁶ No había hecho aún la tierra y la hierba
     ni los primeros terrones del orbe.
²⁷ Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo;
     cuando trazaba la bóveda sobre la faz del Océano;
²⁸ cuando sujetaba las nubes en la altura
     y fijaba las fuentes abismales.
²⁹ Cuando ponía un límite al mar,
     y las aguas no traspasan su mandato;
     cuando asentaba los cimientos de la tierra,
³⁰ yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
     todo el tiempo jugaba en su presencia:
³¹ jugaba con la bola de la tierra,
     disfrutaba con los hombres.

     La primera lectura de la liturgia de este domingo es la segunda parte de un himno en el que la Sabiduría habla de su propio origen. En la primera parte (Prov 8,12-21) se ha presentado la sabiduría humana; ahora, en la segunda parte se presenta la Sabiduría creadora de Dios.
     La Sabiduría es, en principio, el proyecto de Dios de acuerdo con el que se realiza toda la obra creadora y que culmina en la creación del hombre; la Sabiduría acaba siendo así el plan salvador de Dios en favor de la humanidad, como reflejan los últimos versos de la lectura de hoy: «jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres».
     Terminará el himno exhortando a los hombres a acogerla y a seguirla; los que lo hagan alcanzarán la vida y el favor del Señor (8,32-35).