1 En mi primer libro, querido Teófilo, traté de todo lo que hizo y enseñó Jesús desde el principio 2 hasta el día en que, después de dar instrucciones a los apóstoles que había escogido movido por el Espíritu Santo, se lo llevaron a lo alto. 3 Fue a ellos a quienes se presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, dejándose ver de ellos durante cuarenta días, les habló acerca del reino de Dios. 4 Mientras comía con ellos les mandó: - No os alejéis de la ciudad de Jerusalén; al contrario, aguardad a que se cumpla la Promesa del Padre, de la que yo os he hablado; 5 porque Juan bautizó con agua; vosotros, en cambio, de aquí a pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo. 6 Ellos, por su parte, se reunieron para preguntarle: - Señor, ¿es en esta ocasión cuando vas a restaurar el reino para Israel? 7 Pero él les repuso: -No es cosa vuestra conocer ocasiones o momentos que el Padre ha reservado a su propia autoridad; 8 al contrario, recibiréis fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y así seréis testigos míos en Jerusalén y también en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la Tierra. 9 Dicho esto, lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. 10 Mientras miraban fijos al cielo cuando se marchaba, dos hombres vestidos de blanco que se habían presentado a su lado 11 les dijeron: - Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado a lo alto de entre vosotros vendrá tal como lo habéis visto marcharse al cielo. |
El libro de los Hechos de los Apóstoles se presenta como la segunda parte del evangelio de Lucas cuyo contenido se resume en «todo lo que hizo y enseñó Jesús...». El punto de unión de ambos libros es el relato de la ascensión de Jesús que cierra el evangelio (Lc 24,50-55) y abre el libro de los Hechos. Lo que según Hechos dura cuarenta días, sucede en un solo día según el evangelio de Lucas (Lc 24,1.13.29.33.36.50), lo que demuestra el carácter simbólico de la cifra: estos cuarenta días constituyen la vida entera de la comunidad cristiana, que siempre contará con la presencia de Jesús, (presencia explícitamente indicada en la conclusión del evangelio de Mateo: 28,20). Jesús indica a los discípulos, a los que también se alude al final del evangelio, que deben esperar en Jerusalén para recibir el Espíritu, hecho que dará cumplimiento a todas las promesas de las que fue depositario Israel. Los discípulos, que aún conservan los ideales propios del judaísmo, entienden las palabras de Jesús en clave nacionalista -«Señor, ¿es en esta ocasión cuando vas a restaurar el reino para Israel?»-, lo que indica que todavía no han roto del todo con su vieja mentalidad. Jesús les explica que esa fuerza que van a recibir los capacitará para una misión mucho más ambiciosa que la satisfacción de sus ambiciones nacionalistas -«seréis testigos míos...»-. La intervención de Dios en la historia es cosa que Él solo decide; ellos, una vez que reciban el Espíritu, deberán colaborar en el plan de Dios siendo testigos de Jesús ante la humanidad toda. El encargo que Jesús les hace traspasa los límites de Israel, es una misión universal: deben salir de sus fronteras para ser sus testigos, de sus hechos y enseñanzas, en toda la Tierra. Ante la perplejidad de los discípulos, «dos hombres vestidos de blanco» les hacen volver los ojos a la tierra a la que, anuncia, volverá Jesús. Es el último y definitivo testimonio de Dios en favor de Jesús; primer hombre que entra plenamente en la esfera de Dios, garantía de la esperanza de todos los hombres. Pero esta esperanza no debe apartar el compromiso y el interés de los discípulos por hacer de este mundo un mundo mejor. |