Domingo 3º de Pascua
Primera lectura: Hechos 2, 14.22-28
14 Pedro, de pie con los Once, alzó la voz y les dirigió la palabra: Tengo siempre conmigo al Señor, 29 Hermanos, permitidme deciros con franqueza que el patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. 30 Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo (Sal 132,1), 31 cuando dijo que «no lo abandonaría a la muerte» y que «su carne no conocería la corrupción» (Sam 7,12), hablaba previendo la resurrección del Mesías. 32 Es a este Jesús a quien resucitó Dios, y todos nosotros somos testigos de ello. 33 Exaltado así por la diestra de Dios y recibiendo del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado: esto es lo que vosotros estáis viendo y oyendo. |
Fragmento del discurso de Pedro en Jerusalén, pronunciado inmediatamente después de recibir el Espíritu Santo. Primero se ha dirigido a todos los que en ese momento residían en Jerusalén («hombres devotos de todas las naciones que hay bajo el cielo» Hch 2,5) a los que aclara que lo que están presenciando (todos entienden en su propia lengua lo que hablan los discípulos en su idioma, ver Hch 2,11) es fruto de la acción del Espíritu, cumplimiento de lo que había profetizado Joel.
Enseguida (aquí comienza esta lectura) restringe el auditorio al que habla, -«Escuchadme, israelitas»- al que dirige un doble mensaje: en primer lugar denuncia que la muerte de Jesús es consecuencia de la traición del pueblo de Israel al proyecto de Dios; en segundo lugar proclama la fidelidad de Dios a su promesa: la resurrección de Jesús, de la que los presentes son testigos, y el don del Espíritu que han recibido, son la prueba.