2 1Al llegar el día de Pentecostés estaban todos juntos reunidos con un mismo propósito. 2De repente un ruido del cielo, como una violenta ráfaga de viento, resonó en toda la casa donde se encontraban, 3y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno de ellos. 4Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. 5Residían por aquel entonces en Jerusalén hombres devotos de todas las naciones que hay bajo el cielo. 6Al producirse aquel ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. 7Todos, desorientados y admirados, decían: -¿No son galileos todos esos que están hablando? 8Entonces, ¿cómo es que nosotros, partos, medos y elamitas, los oímos hablar cada uno en nuestra propia lengua nativa?; 9y nosotros, los residentes en Mesopotamia, en Judea y Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10en Frigia y Panfilia, en Egipto y en la zona de Libia que confina con Cirene, y también los forasteros, romanos 11 -tanto judíos como prosélitos-, cretenses y árabes, los oímos hablar, cada uno en nuestras lenguas, de las maravillas de Dios. 12No acertando a explicárselo, se preguntaban todos desorientados: - ¿Qué quiere decir esto? 13Otros decían en son de burla: - Están repletos de mosto. |
Pentecostés: en el judaísmo era la fiesta de las primicias de la cosecha, que se celebraba cincuenta días después de la Pascua. Ahora se trata de la irrupción del Espíritu de Dios, del cumplimiento de la promesa de Jesús (Hch 1,5; Lc 24,49) y del anuncio de Juan Bautista, el bautismo con Espíritu Santo y fuego (Lc 3,16-17). Aquellos discípulos, allí reunidos, son la primera cosecha: el viento fuerte vence las resistencias que todavía les quedaban, separa de ellos la paja y los convierte en la primera cosecha obtenida de la labor de Jesús (véase Lc 3,17); el fuego, al contrario de lo que esperaba el Bautista, no es destructor, en realidad no es fuego, sino algo que se le parece (como de fuego). Son lenguas pues el Espíritu les servirá para que se atrevan a hablar y anunciar el mensaje de Jesús; y, al hacerlo, se empezará a superar la división y la incomunicación que desde antiguo (desde lo de la Torre de Babel, Gn 11,1-9) impiden el entendimiento y la convivencia armónica entre los hombres. El prodigio que se produce -hablan en su lengua y cada uno los entiende en la suya- anuncia que el mensaje de la buena noticia se entenderá y se podrá expresar superando la barrera que supone la diversidad de lenguas y de culturas. Y son como de fuego: el anuncio del mensaje de Jesús no podrá evitar el conflicto (Lc 12,49). Ya algunos de los presentes, que expresan su resistencia al nacimiento de un mundo nuevo negándose a aceptar la evidencia de los hechos, atribuirán todo lo que sucede a que los discípulos están hartos de vino. |