14Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado el Hombre, 15para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva. 16Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. 17Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. 18El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios. 19Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era perverso. 20Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. 21En cambio, el que practica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios. |
También en la lectura del evangelio el mensaje se centra en el amor de Dios que salva. La máxima manifestación de dicho amor es la entrega de su Hijo para que, siendo manifestación y don del amor de Dios, ofrezca a los hombres la posibilidad de alcanzar una vida definitiva. El evangelio de este domingo está incluido en una sección del evangelio de Juan en la que se explica cómo la misión de Jesús como Mesías supone las sustitución de las antiguas instituciones de Israel: la alianza (2,1-11), el templo (2,13-22), la ley (2,23-3,21), los mediadores (3,22-4,3) y el culto (4,4-44). El contexto más cercano es el episodio en el que, en diálogo con Nicodemo, Jesús anuncia la sustitución de la ley: frente a la convicción de Nicodemo de que el Reinado de Dios se alcanzaría por la observancia estricta de la ley -de la que Nicodemo considera a Jesús maestro- Jesús le anuncia que ese reinado se alcanzará gracias a la entrega del Hombre, don de vida y amor de Dios a la humanidad. Esa entrega llegará a su cima cuando el Hombre sea levantado en alto, en alusión a la muerte en la cruz que ya desde el inicio del evangelio se interpreta, ante todo, como muestra de fidelidad al Padre y de amor a la humanidad. Dios no condena, sólo salva; la condena, si acaso, es la elección equivocada de quien rechaza la vida que se le ofrece; por eso la presencia del Hijo en medio de la humanidad puede considerarse un juicio, un criterio de discernimiento. Ante su propuesta no cabe neutralidad, hay que tomar partido: o por la luz o por la tiniebla; o por el amor leal, o por el odio y la mentira; o a favor de la vida que él ofrece, o por la muerte que produce el sistema, el orden vigente, el mundo este. La adhesión a ese hijo, a su modo de vida, a su entrega por amor a la humanidad -no la ley- será lo que haga que se vaya realizando el reinado de Dios. |