5 1Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. 2Él tomó la palabra y se puso a enseñarles así: 3Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey. 4Dichosos los que sufren, porque ésos van a recibir el consuelo. 5Dichosos los sometidos, porque ésos van a heredar la tierra. 6Dichosos los que tienen hambre y sed de esa justicia, porque ésos van a ser saciados. 7Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda. 8Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. 9Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos. 10Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey. 11Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. 12Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido. |
Programa del Reino, resumen del mensaje de Jesús; la nueva ley -que no es ley- y que sustituye a la antigua; el proyecto de una nueva humanidad justa y solidaria, construida desde abajo, anuncio y promesa de un mundo feliz, especialmente para los que en el momento presente no son dichosos en el mundo este: las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas, pues, resumen el proyecto de Jesús en ocho promesas que podemos dividir en tres grupos. 1º.- La primera ("Dichosos los que eligen ser pobres,) y la última ("Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad"), se refieren a la decisión fundamental que deben tomar los seguidores de Jesús: la pobreza, opción por la justicia, actitud permanente de solidaridad con los pobres. Y renuncia a la riqueza como modo de vida y como instrumento para hacer realidad este proyecto. Opción por un mundo sin pobres, un mundo de justicia, igualdad y paz -el reinado de Dios- cuya implantación será causa de conflictos y persecuciones en las que se habrá de probar la firmeza de la primera decisión, la fidelidad en medio de la persecución. 2º.- Las bienaventuranzas segunda tercera y cuarta explican los cambios que se producirán cuando Dios reine sobre los hombres: Los que sufren (porque son pobres, porque están marginados, porque les falta el cariño de otras personas...) van a recibir el consuelo al saber que no están solos, que no son huérfanos, sino que tienen un Padre que los quiere y que muchos otros hijos de ese Padre son sus hermanos; su sufrimiento desaparecerá porque, sin llegar a ser ricos, se alejarán de la miseria, y el amor de los hermanos los integrará en un círculo de solidaridad y amor en el que serán dichosos. Los mansos, los sometidos, (otros traducen los no-violentos). Esta bienaventuranza reproduce casi literalmente el Sal 37,11 en donde los mansos son los pobres que, por la codicia de los malvados, han perdido su independencia económica, su tierra y su libertad: 10 Aguarda un momento: ya no está el malvado; fíjate en su sitio: ya no está ahí; 11 mientras los sufridos poseerán la tierra y disfrutarán de paz abundante. A éstos Jesús les promete no ya un terreno, una parcela de tierra como su propiedad particular, sino la Tierra, propiedad común de todos. Es la nueva tierra prometida que empezará siendo un grupo en el que nadie es el amo, y nadie actúa como señor ni como padre, pues todos tratan de vivir como hermanos; un grupo en el que nadie se apropia de lo ajeno sino, muy al contrario, todos comparten lo propio; al incorporarse a ese grupo se sentirán liberados y, también ellos, serán dichosos. Los que comprenden que la miseria y el hambre tienen su causa y su origen en la falta de justicia, sentirán la alegría de ser gobernados por el único rey verdaderamente justo; y, saciadas su hambre y su sed de pan y de justicia, serán dichosos. 3º.- Las tres restantes señalan los valores que han de ser las columnas sobre las que se sostenga el mundo nuevo en el que Dios reine: la solidaridad (los misericordiosos, los que prestan ayuda), la honradez a carta cabal (los limpios de corazón) y el compromiso con la paz: la felicidad que se promete a quienes vivan según estos valores nacerá al experimentar que Dios les ayuda, al sentirlo presente entre ellos y al verlo reflejado en ellos mismos que, como todos los hijos, reproducirán los rasgos más característicos de su Padre. Y serán felices. Estos son los valores de los hombres nuevos; en ellos la felicidad no es ya ausencia de desgracias, sino la experiencia de plenitud que nace del amor de un Padre que es Dios y del amor que se tienen sus hijos que viven y se quieren como hermanos. |