Domingo 2º de Pascua - Ciclo A - Evangelio
Juan 20,19-3
19 Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: |
Los discípulos de Jesús viven escondidos y se sienten, llenos de miedo, clandestinos. A pesar de que ya ha amanecido el nuevo mundo, ellos permanecen en la noche; están asustados, se sienten amenazados. Pero para ellos está cercana la liberación.
Jesús se hace presente en medio de la comunidad; en su cuerpo las señales de su amor y, a la vez, del odio que lo llevo a la muerte. Su presencia deshace el miedo, que se convierte en alegría. A los miembros de la comunidad les desea la paz, los hace partícipes de su misión y les comunica su propio espíritu, el Espíritu Santo, que los hace hombres nuevos y les confiere autoridad y fuerza para la misión, para acoger e integrar a quienes asuman el proyecto de Jesús y para denunciar cualquier tipo de complicidad con el injusto orden de este mundo y declarar fuera de la comunidad a sus responsables.
Al saludarlo, Jesús les desea paz, su paz: armonía interior que se completa y es también efecto de la armonía con el entorno: con la Tierra, con el resto de la humanidad, con Dios.
Tomás no acepta el testimonio de la comunidad y exige pruebas tangibles para creer; a él se le concederá una experiencia única: volver a ver a Jesús vivo y resucitado. Pero será un privilegio singular, quizá porque fue el primero en mostrarse dispuesto a morir con Jesús (Juan 11,16): lo normal será que la fe se trasmita, sin necesidad de experiencias extraordinarias, a través del testimonio de la comunidad, de la calidad del amor que caracteriza la vida de sus seguidores.