Domingo 4º de Pascua - Ciclo B

Segunda Lectura: 1 Juan 3,1-2

 

Texto

3     1 Mirad que muestra de amor nos ha dado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios; y de hecho lo somos. La razón de que el mundo no nos reconozca es que nunca ha conocido a Dios.
    Amigos míos, hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ha manifestado los que vamos a ser; pero sabemos que cuando eso se manifieste seremos semejantes a él, puesto que lo veremos como es.

Notas

    Somos hijos de Dios porque él nos quiere; la filiación, el don de su propia vida, es la máxima expresión del amor de Dios. Y porque él nos ha hecho partícipes de su misma vida, ser hijos de Dios no es una bella metáfora: lo somos en realidad.
    Los hijos de Dios no son reconocidos por el mundo, pues su estilo de vida es  incompatible -es su antítesis- con el orden de injusticia al que en los escritos de Juan se llama «mundo»; la razón es que ese orden es incompatible y rechaza, no reconoce, al Padre Dios.
    Ser hijo de Dios no es un título de nobleza, sino un proceso que implica un compromiso: el proceso consiste en ir pareciéndose cada vez más a Dios; el compromiso consiste en esforzarse por hacer visible  y extender y hacer avanzar este modo de vida hasta que se manifieste plenamente lo que significa ser hijo de Dios: ser semejantes a Dios, y conocerlo plenamente. Demostrar la existencia de Dios no es, pues, un asunto teórico o filosófico, sino vital.