Domingo de la Santísima Trinidad - Ciclo A

Evangelio: Juan 3,16-18

 

Texto

    16 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. 17 Porque no envió Dios al mundo para que de sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve.18 El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios.

Notas

    Tercera lectura (o cuarta, si consideramos que también está implícito en el Canto de los tres jóvenes) en que aparece el tema del amor de Dios.
    Estos versículos son parte del diálogo de Jesús con Nicodemo, el maestro de la Ley que, después de la manifestación de Jesús como Mesías expulsando a los mercaderes del templo, se acerca a Jesús con la intención de comprobar que Jesús será quien, como maestro de la Ley, motivará a las personas para que practiquen la Ley con lo que, según su mentalidad, la persona y la sociedad alcanzarán su plenitud de acuerdo con la voluntad de Dios.
    Jesús echa abajo la premisa de la que parte Nicodemo: no es la Ley lo que plenifica a las personas y las hace capaces de construir un mundo tal y como Dios lo quiere, sino la capacidad de amar al estilo de Jesús que, levantado en alto muestra el nivel de amor al que hay que llegar y ofrece y entrega su espíritu para que nos capacite para responder con amor a su amor (Jn 3,1-15; ver también Jn 1,16-17).
    El Padre, que se manifiesta también en la persona y en la entrega del Hijo (Jn 1,18) es sólo amor, sólo amor salvador. La prueba es la entrega de su Hijo y la misión que le encarga: ni juzgar ni condenar, sino salvar a la humanidad. Por eso, si alguien no participa de esa salvación no será porque Dios se la niegue, no será porque Dios lo condene o lo rechace, sino porque él ignora o desprecia la vida y el amor que el Padre le ofrece por medio de su Hijo Jesús.