CARTA DEL PAPA FRANCISCO
A LOS MOVIMIENTOS POPULARES
En este último mes he podido asistir en las redes sociales, entre otras, a dos líneas de comportamiento absolutamente contradictorias. Por un lado, una positiva, solidaria, resistente, crítica en ocasiones pero siempre respetuosa. Esa línea se veía reforzada y verificada por las noticias que llegaban a través de amigos, compañeros y algunos medios de comunicación.
En el lado contrario (al menos en lo que se refiere a mi personal percepción) otra línea totalmente contraria (insisto, al menos así lo percibía yo) que traducía su dolor por el sufrimiento y la muerte de tantas personas en resentimiento, en insultos, en atribucón permanente de culpas a otros, en falsedades, en desprecio... en odio.
Me consta que en ambos lados hay personas que se consideran creyentes; pero me resulta triste que para algunos sus creencias sirvan como arma arrojadiza contra los que no piensan como ellos, contra los que consideran no ya sus adversarios, sino sus enemigos.
Un ejemplo: la campaña de desprestigio de la implantación de una renta mínima para garantizar que todos vamos a poder vivir con un mínimo de dignidad aduciendo que se trata de una "paguita" destinada a callar bocas y a comprar voluntades.
A unos y otros les invito a leer con atención la carta que el Papa Francisco dirigió el pasado domingo día 12 a los movimientos y organizaciones populares.
En esa carta, escrita desde la fe en Jesús de Nazaret (pero radicalmente respetuoso con quienes tienen otras fes o no tienen ninguna) habla, entre otras cosas, de la lucha para superar la pandemia y de la conveniencia de "un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos."
Al leerla, unos se sentirán animados y estimulados en su actitudes y acciones solidarias; otros podrán reflexionar sobre lo mucho que todavía podrían hacer y no han hecho; y otros, finalmente tendrán la oportunidad de reflexionar si realmente creen en lo que dicen creer.
A LOS MOVIMIENTOS POPULARES
A los hermanos y hermanas de los movimientos y organizaciones populares.
Queridos amigos:
Con frecuencia recuerdo nuestros encuentros: dos en el Vaticano y uno en Santa Cruz de la Sierra y les confieso que esta “memoria” me hace bien, me acerca a ustedes, me hace repensar en tantos diálogos durante esos encuentros y en tantas ilusiones que nacieron y crecieron allí y muchos de ellas se hicieron realidad. Ahora, en medio de esta pandemia, los vuelvo a recordar de modo especial y quiero estar cerca de Ustedes.
En estos días de tanta angustia y dificultad, muchos se han referido a la pandemia que sufrimos con metáforas bélicas. Si la lucha contra el COVID es una guerra, ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras. Un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo. Ustedes son para mí, como les dije en nuestros encuentros, verdaderos poetas sociales, que desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas para los problemas más acuciantes de los excluidos.
Sé que muchas veces esto no se les reconoce como es debido porque para este sistema son verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado. Tampoco ustedes tienen los recursos para realizar su función. Se los mira con desconfianza por superar la mera filantropía a través la organización comunitaria o reclamar por sus derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna migaja de los que detentan el poder económico. Muchas veces se tragan la rabia y la impotencia al ver las desigualdades que persisten incluso en momentos en los que se acaban todas las excusas para justificar privilegios. Sin embargo, no se encierran en la queja: se arremangan y siguen trabajando por sus familias, por sus barrios, por el bien común. Esta actitud de Ustedes me ayuda, cuestiona y enseña mucho.
Pienso en las personas, sobre todo mujeres, que multiplican el pan en los comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para cientos de niños, pienso en los enfermos, pienso en los ancianos. Nunca aparecen en los grandes medios. Tampoco los campesinos y pequeños agricultores que siguen cultivando la tierra para producir alimentos sanos sin destruir la naturaleza, sin acapararlos ni especular con la necesidad del pueblo. Quiero que sepan que nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y fortalece en su opción.
Qué difícil es quedarse en casa para aquel que vive en una pequeña vivienda precaria o que directamente carece de un techo. Qué difícil es para los migrantes, las personas privadas de libertad o para aquellos que realizan un proceso para recuperarse de adicciones. Ustedes están ahí, poniendo el cuerpo junto a ellos, para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas. Los felicito y agradezco de corazón. Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos o mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.
Sé que ustedes han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan de esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello, siempre tienen que sufrir sus daños. Los males que aquejan a todos, a ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento... y las cuarentenas se les hacen insoportables. Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos.
También quisiera invitarlos a pensar en el “después”, porque esta tormenta va a terminar y sus graves consecuencias ya se sienten. Ustedes no son unos incompetentes, tienen la cultura, la metodología pero principalmente la sabiduría que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio. Quiero que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y en el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo. Espero que este momento de peligro nos separe del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga en el centro la dignidad y la vida. Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmesuradas para pocos, necesita ir más despacio, repensarse, regenerarse. Ustedes son constructores indispensables de ese cambio improrrogable; es más, ustedes tienen una voz autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y privaciones... que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades.
Sigan con su lucha y cuídense como hermanos. Rezo por ustedes, rezo con ustedes y pido a nuestro Padre Dios que los bendiga, los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles esa fuerza que nos mantiene en pie y no defrauda: la esperanza. Por favor, recen por mí que también lo necesito.
Fraternalmente,
Francisco
Ciudad del Vaticano, 12 de abril de 2020, Domingo de Pascua.