Domingo 14º de Pascua - Ciclo C

Segunda Lectura:

 

Texto

    14 Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme más que de la Cruz de nuestro Señor, Jesús Mesías, en la cual el mundo quedó crucificado para mí y yo para el mundo. 15 ¡Circuncisión o no circuncisión, qué más da! 16 Lo que importa es una nueva humanidad. Paz y misericordia para todo el que sigue esta norma y para el Israel de Dios. 17 En adelante, que nadie me amargue más la vida, que yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
    18 El favor de nuestro Señor, Jesús Mesías, os acompañe, hermanos, amén.

Notas

    Despedida de la carta a los Gálatas.
    Pablo, en contraste con los que tratan de evitar la persecución haciéndose circuncidar (6,12) y que, además, tratan de esconder su cobardía obligando a los demás a circuncidarse (v.13) pone su gloria precisamente en la Cruz de Jesús Mesías: es decir, en el hecho de su entrega, por amor a la humanidad, para hacer posible el nacimiento de una nueva humanidad. En esa cruz ha quedado clavado el antiguo modo de vida de Pablo (el mundo) y esa cruz que Pablo abraza con todas sus consecuencias es signo de la ruptura del Apóstol con aquel mundo, con su viejo estilo de vida.
    En realidad esa nueva humanidad, es decir, el nuevo modo de ser persona que brota de la entrega de Jesús es lo único que vale. La circuncisión, en su aspecto puramente fisiológico, e incluso como signo de una tradición cultural o religiosa, no tiene importancia alguna: circuncidados o no, varones o mujeres, las personas pueden recibir el Espíritu de Jesús y convertirse así en hijas de Dios y hermanas de todos los humanos. El proyecto de Jesús no pretende uniformar a los que quieran adherirse al mismo; cada uno puede mantener su cultura y conservar sus tradiciones siempre que estas no sean un obstáculo para la nueva humanidad que nace de su entrega y su palabra.
    Pablo no quiere que le incomoden más con esta cuestión: las marcas de su cuerpo que realmente le importan son las que le ha ido dejando su trabajo en favor del evangelio.
    Bendición final y despedida en la que Pablo expresa sus deseos de que los Gálatas, a los que llama hermanos, gocen del favor, es decir, del amor de Jesús Mesías.

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