Domingo 32º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Segunda Lectura: Hebreos 9,24-28

 

Texto

    24 El Mesías no entró en un santuario hecho por hombres, copia del verdadero, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro. 25  Y no era tampoco para ofrecerse repetidas veces, como el sumo sacerdote, que entra año tras año en el santuario, llevando una sangre que no es la suya; 26  si no, habría tenido que sufrir muchas veces desde que se creó el mundo. De hecho, su manifestación ha tenido lugar una sola vez, al final de la historia, para abolir con su sacrificio el pecado.
    27 Por cuanto es destino de cada hombre morir una vez, y luego un juicio, 28  así también el Mesías se ofreció una sola vez, para quitar los pecados de tantos; la segunda vez, ya sin relación con el pecado, se manifestará a los que lo aguardan para salvarlos.

Notas

    La carta a los Hebreos continúa explicando la misión de Jesús en términos sacerdotales: su compromiso, mantenido hasta el final con la humanidad, es, a partir de ahora, el único sacrificio con capacidad salvadora, el único acto de culto que Dios acepta. Ya han cumplido su misión y han dejado de tener sentido los lugares  -templos- y actos de culto -sacrificios- de la Antigua Alianza: el lugar de la presencia de Dios es Jesús; el único sacrificio válido, su entrega; la única fuente de perdón de los pecados, el amor de Dios revelado en Jesús, en su muerte en la cruz.
    Por eso ya no hay que repetir sacrificios en los que se ofrecía sangre de animales: el don de la propia vida de Jesús Mesías, máxima expresión de su amor, acabó con el pecado de una vez para siempre.