Domingo de la Sagrada Familia - Ciclo C

Segunda Lectura: 1 Jn 3,1-2.21-24

 

Texto

     1 Mirad qué muestra de amor nos ha dado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios; y de hecho lo somos. La razón de que el mundo no nos reconozca es que no lo ha conocido a él.
     2 Amigos míos, hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ha manifestado lo que vamos a ser; pero sabemos que cuando eso se manifieste seremos semejantes a él, puesto que lo veremos como es.
     21 Amigos míos, cuando la conciencia no nos condena, sentimos confianza para dirigirnos a Dios 22 y obtenemos cualquier cosa que le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. 23 Y éste es su mandamiento: que creamos en la condición de su Hijo, Jesús Mesías, y nos amemos unos a otros como él nos dejó mandado. 24 Quien cumple sus mandamientos habita en Dios y Dios en él; y ésta es la señal de que habita en nosotros, el Espíritu que nos ha dado.

Notas

     El autor de la carta reflexiona sobre la condición de los cristianos como hijos de Dios.
     En primer lugar afirma que esa realidad es consecuencia del amor de Dios: gracias a ese amor hemos nacido a una vida nueva y podemos llamarnos hijos de Dios porque, de hecho, lo somos. La prueba de que lo somos es que practicamos la justicia (1 Jn 2,29). El orden social vigente
“el mundo” estructuralmente injusto está incapacitado para conocer a Dios, que es justo, y por eso rechaza (no reconoce) a quienes han nacido de Él.
     El ser hijos de Dios supone un proceso a través del cual se irá realizando y manifestándose el verdadero ser de los hijos de Dios:
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. ... Hemos comprendido lo que es el amor porque aquél entregó su vida por nosotros; ahora también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos. Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?  Hijos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad.» (1Jn 3,14.16-18).
     Es, por tanto, el amor fraterno practicado de hecho, lo que agrada a Dios, lo que nos identifica como hijos de Dios y los que, por tanto, nos garantiza que Dios Padre nos escucha, nos atiende. Es el cumplimiento del mandamiento nuevo que supera y unifica cualesquiera otros mandamientos lo que nos mantiene unidos a Dios como confirma la presencia en nosotros de su fuerza vital, de su Espíritu.

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