Domingo 31º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Segunda Lectura: Hebreos 7,23-28

 

Texto

     23 De aquéllos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; 24 como éste, en cambio, dura para siempre, tiene un sacerdocio exclusivo, 25 De ahí que puede también salvar hasta el final a los que por su medio se van acercando a Dios, pues está siempre vivo para interceder por ellos.
     26 Porque así tenía que ser nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos; 27 él no necesita ofrecer sacrificios cada día -como hacen los sumos sacerdotes, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo-, porque esto lo hizo de una vez para siempre ofreciéndose él mismo. 28 Es que la Ley establece como sumos sacerdotes a hombres débiles, mientras el juramento que vino después de la Ley establece a un Hijo consumado para siempre.

Notas

     Después de mostrar la insuficiencia del sacerdocio de la Antigua Alianza, el autor de la carta a los Hebreos afirma que éste ha sido sustituido por el sacerdocio de Jesús, superior al primero.
     Los sacerdotes de la Antigua Alianza eran muchos, porque eran mortales; el sacerdocio de Jesús, vivo para siempre, es único y perpetuo, en la línea de Melquisedec (Heb 7,1-20) y, por eso, garantiza por sí solo la labor de mediación delante de Dios y en favor de la humanidad: ningún otro sacerdocio es necesario, por tanto.
     El nuevo y único sacerdote no necesita, como los del antiguo régimen, ofrecer sacrificios por sus pecados y, frente a la debilidad de aquellos establecidos de acuerdo a la Ley, el nuevo y definitivo se presenta como Hijo consumado para siempre.