Domingo 22º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Segunda Lectura: Romanos 12,1-2

 

Texto

     1 Por ese cariño de Dios os exhorto, hermanos, a que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico; 2 y no os amoldéis al mundo este, sino idos transformando con la nueva mentalidad, para ser vosotros capaces de distinguir cuál es el designio de Dios, lo bueno, grato y perfecto.

Notas

     Comienza en este capítulo la parte moral de la carta a los Romanos. Y comienza con una exhortación a dedicar la vida entera como una ofrenda dedicada, en su totalidad a Dios (v.1), esto es a vivir de modo que toda la vida sea una expresión de agradecida correspondencia al amor de Dios. Ese comportamiento será, en expresión de Pablo, el auténtico culto cristiano.
     El comportamiento del cristiano no se deriva del sometimiento a una ley exterior, sino del cambio interior que se produce en la persona que, después de romper con el orden de cosas presente, con el sistema de injusticia establecido, acoge libremente el mensaje de Jesús -la nueva mentalidad-. Así transformada por el Espíritu, es constituida en persona adulta, hijo o hija libre de Dios (Rm 8,15.17), con capacidad para ir descubriendo por sí misma qué debe hacer para proceder la voluntad de Dios y, en cada caso concreto, qué es lo que es bueno, lo que conviene y es oportuno y eficaz, lo que es perfecto.
     Si comparamos estas palabras con la primera lectura descubriremos, al mismo tiempo, un paralelismo y un cambio, ambos de suma importancia. En paralelo se sitúa la afirmación de que la palabra de Dios se introduce en el interior del hombre; pero, al contrario que en el profeta, la Buena Noticia de Jesús penetra sin violencia, se va aceptando libre y progresivamente y convierte al hombre en dueño de sí mismo, capacitándolo para
«distinguir cuál es el designio de Dios, lo bueno, grato y perfecto», por sí mismo.
     Tenemos en estos dos versículos el fundamento de una ética cristiana y, si queremos llamarlo así, de la verdadera religiosidad cristiana.
     Por un lado, la relación con Dios no se expresa principalmente en el culto, celebrado en el templo, sino en la vida toda; por otro lado, la adhesión a Jesús y a su mensaje, en lugar de convertir al cristiano en un ser dependiente de la voluntad de otro, le proporciona plena autonomía en el ámbito del comportamiento, en el ámbito moral, que se funda en una relación de amor con un Dios que libera porque es Padre y orientada hacia el amor a los hermanos e incluso a los enemigos (Rm 12,9-19).
     Por muy sorprendente que parezca -por la época en la que se escribió esta carta y por el proceder posterior en las iglesias cristianas- estamos ante la neta afirmación de la autonomía moral del individuo humano.

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