Domingo 19º del Tiempo Ordinario - Ciclo A - Salmo responsorial

Salmo 84,9-14

9 Voy a escuchar lo que dice el Señor:
            «Dios anuncia la paz
            a su pueblo y a sus amigos
            y a los que se convierten de corazón».
10 La salvación está ya cerca de sus fieles
            y la gloria habitará en nuestra tierra;
11 La misericordia y la fidelidad se encuentran,
            la justicia y la paz se besan;
12 la fidelidad brota de la tierra
            y la justicia mira desde el cielo.
13 El Señor nos dará la lluvia,
            y nuestra tierra dará su fruto.
14 La justicia marchará ante él,
            la salvación seguirá sus pasos.

 

            La vuelta del destierro no supuso la solución de todos los problemas de los que estuvieron exiliados: a los retornados les queda una tarea importante que realizar, la reconstrucción de Jerusalén. En este ambiente vital se podría situar este salmo.
            Tras el reconocimiento agradecido de la salvación recibida (vv. 2-4), se eleva a Dios una súplica de plena restauración, en la que se pide a Dios que les haga sentir con toda su eficacia su misericordia salvadora (5-8).
            A esa petición responde, en forma de oráculo, el responsable -tal vez un sacerdote- de la celebración: Dios anuncia la paz. La paz, el conjunto de todos los bienes que un hombre o un pueblo necesita para sentirse plenamente satisfecho, les va a llegar de parte de Dios: como fruto de su amor leal llegarán la justicia y la paz. Aunque amor y lealtad, justicia y paz llegan al mismo tiempo, si quisiéramos ordenar esta escolta que acompaña y manifiesta la presencia de Dios, podríamos decir que el amor de Dios tendrá como reflejo la justicia en la Tierra; su lealtad, su fidelidad está garantizada; si desde la Tierra se corresponde acogiendo fielmente ese amor, se obtendrá, como fruto, la paz.