Domingo 16º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Salmo responsorial 22,1-6

 

 

1 El Señor es mi pastor,
     nada me falta:
 2 en verdes praderas me hace recostar;
     me conduce hacia fuentes tranquilas
     3 y repara mis fuerzas;
 me guía por el sendero justo,
     por el honor de su nombre.
 4 Aunque camine por cañadas oscuras,
     nada temo, porque tú vas conmigo:
     tu vara y tu cayado me sosiegan.
  
 5 Preparas una mesa ante mí
     enfrente de mis enemigos;
 me unges la cabeza con perfume,
     y mi copa rebosa.
 6 Tu bondad y tu misericordia me acompañan
     todos los días de mi vida,
 y habitaré en la casa del Señor
     por años sin término.


 

    Dos cuadros (el pastor y la mesa) conforman este sencillo y bello poema/oración en el que el salmista expresa su plena confianza en Dios.
     En el primer cuadro Dios se ve a través de la figura del pastor (ya hemos visto que en Israel la imagen del pastor sirve frecuentemente para referirse a los dirigentes, cuya misión es asegurar el bienestar del pueblo) que proporciona los medios de subsistencia a su rebaño y que garantiza su seguridad en medio de una naturaleza acogedora, a veces, pero que puede llegar a ser hostil.
     En el segundo cuadro Dios se presenta como un anfitrión espléndido que ofrece al salmista, con su hospitalidad, su propia amistad, comida y bebida abundantes, el reconocimiento de la dignidad del huésped (perfume)  y seguridad frente a sus enemigos.
     El plano de la metáfora se funde con el conceptual; en el primer cuadro, se explica que el bienestar y la seguridad son el fruto de un orden justo, de la práctica de la justicia (v. 3b «me guía por el sendero justo», o «me guía por senderos de justicia») y, por supuesto, de la presencia de Dios.
     En el segundo cuadro los agasajos que el anfitrión ofrece a su huésped revelan la bondad de Dios y su amor y misericordia para con el hombre.