¹ Dios mío, confía tu juicio al rey,
     tu justicia al hijo de reyes:
² para que rija a tu pueblo con justicia,
     a tus humildes con rectitud.
⁷ Que en sus días florezca la justicia
     y la paz hasta que falte la luna;
⁸ que domine de mar a mar,
     del Gran Río al confín de la tierra.
¹² Porque él librará al pobre que clamaba,
     al afligido que no tenía protector;
¹³ él se apiadará del pobre y del indigente,
     y salvará la vida de los pobres;
¹⁷ que su nombre sea eterno,
     y su fama dure como el sol:
que él sea la bendición de todos los pueblos,
     y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

     El único juez de los hombres es Dios; pero él puede encargar la realización de algunas tareas a algún hombre y, en concreto, al rey. Pero este deberá ejercer su función del mismo modo que lo hace Dios: con justicia y rectitud, es decir, en favor de los pobres (Prov 31,9; Sal 81/2,1-4; Ver también Is 1,22-23; Jer 5,28).
     Con la justicia llegará la paz; y en tiempo de paz gobernará la justicia: los pobres y los humildes encontrarán defensa y apoyo en el enviado/representante de Dios; los explotadores, sin embargo, recibirán su castigo.
     El salmista pide que la justicia y la paz, siempre unidas, duren para siempre y se extiendan por toda la tierra. Todos los reyes de la tierra deben someterse al rey al que se refiere el salmista. La razón que justifica este sometimiento no es su fuerza ni la violencia de sus ejércitos, sino su compromiso en la defensa del pobre y el afligido, defensa que garantiza que estos salvarán su vida.
     En el último versículo que se recitará en la celebración se pide para el rey la fama y la felicidad que tendrán su origen en que él será para todos los pueblos cauce de la bendición de Dios.