Domingo 19º del Tiempo Ordinario - Ciclo A - Primera lectura

1Reyes 19,9a.11-13a

            8 Elías llegó al Horeb, el monte de Dios. 9 Allí se metió en una  cueva donde pasó la noche. Y el Señor le dirigió la palabra.
            11 El Señor le dijo:
            - Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
            Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto,   pero   el   Señor   no   estaba   en   el   terremoto.
            12 Después del terremoto vino un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue: 13 al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.

 

            Elías era un profeta celoso, es decir, violento. En el capítulo anterior se cuenta cómo pasó a cuchillo a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. El profeta tiene que huir, ya que estos eran protegidos de la reina Jezabel. En su huida, atraído por Dios hasta el monte Horeb, experimenta una teofanía.
            Dios lo llama y le pregunta qué hace por allí, a lo que el profeta responde presentándose e esta manera (este versículo no se lee en la liturgia): «Me consume el celo por el Señor Dios de los Ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, ha derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo y me buscan para matarme». A continuación se produce la teofanía, la manifestación de Dios al profeta. Y sorprendentemente no se hace presente en los elementos que podrían ser interpretados como símbolos del poder de Dios, el huracán, el terremoto, el fuego, capaces de destruir lo que encuentran. Dios se hace presente en el murmullo de una brisa ligera: el poder de Dios no es lo que los grandes de este mundo entienden por poder.

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