Domingo 5º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Primera Lectura: Isaías 58,7-10

 

Texto

6 El ayuno que yo quiero es éste
    -oráculo del Señor-:
abrir las prisiones injustas,
    hacer saltar los cerrojos de los cepos,
dejar libres a los oprimidos,
    romper todos los cepos;
7 partir tu pan con el hambriento,
    hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que ves desnudo,
    y no cerrarte a tu propia carne.
8 Entonces romperá tu luz como la aurora,
    enseguida te brotará la carne sana;
te abrirá camino la justicia,
    detrás irá la gloria del Señor.
9 Entonces clamarás al Señor, y te responderá,
    gritarás, y te dirá: Aquí estoy.
Cuando destierres de ti los cepos,
    y el señalar con el dedo, y la maledicencia,
10 cuando partas tu pan con el hambriento,
    y sacies el estómago del indigente,
brillará tu luz en las tinieblas,
    tu oscuridad se volverá mediodía.

Notas

    El pueblo se queja porque, a su juicio, Dios no responde a sus múltiples actos de piedad, a sus oraciones, a sus ayunos «¿Para qué ayunar, si no haces caso, mortificarnos si no te fijas?» (Is 58,3). La respuesta de Dios a esta requisitoria pone al descubierto una religiosidad egoísta que convive sin problemas con la injusticia: «Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés, y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, el día en que el hombre se mortifica? Mover la cabeza como un junco, acostarse sobre estera y ceniza, ¿a eso lo llaman ayuno, día agradable al Señor?» (Is 58,4-5). En el fragmento que se leerá en la liturgia del domingo se propone un modelo de religiosidad alternativo: «El ayuno que yo quiero es éste -oráculo del Señor-: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento...». Dios es incompatible con la injusticia, con el egoísmo, con la mentira, con la opresión, con el volver la cara ante la necesidad o con el dirigir, acusador, el dedo -o la lengua- contra el prójimo... La cercanía de Dios, la luz que vence a la tiniebla, no se consigue multiplicando las prácticas religiosas, sino mediante la práctica de la justicia  y la solidaridad. Eso es lo que hace presente a Dios entre los hombres y llena de sentido la práctica religiosa: «Entonces clamarás al Señor, y te responderá, gritarás, y te dirá: Aquí estoy».

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