Domingo 1º de Adviento - Ciclo C

Evangelio: Lucas 3,10-18

Texto

    10Las multitudes le preguntaban:
   -¿Qué tenemos que hacer?
    11Él les contestó:
   -El que tenga dos túnicas, que las comparta con el que no tiene, y el que tenga que comer, que haga lo mismo.
    12Llegaron también recaudadores a bautizarse y le preguntaron:
   -Maestro, ¿qué tenemos que hacer? 13Él les dijo:
   -No exijáis más de lo que tenéis establecido.
    14Incluso soldados le preguntaban:
   -Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?
   Les dijo:
   -No extorsionéis dinero a nadie con amenazas; conformaos con vuestra paga.

    15Mientras el pueblo aguardaba y todos se preguntaban para sus adentros si acaso Juan era el Mesías, 16declaró Juan dirigiéndose a todos:
   -Yo os bautizo con agua, pero llega el que es más fuerte que yo, y yo no soy quién para desatarle la correa de las sandalias. Él os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego. 17Trae el bieldo en la mano para aventar su parva y reunir el trigo en su granero; la paja, en cambio, la quemará en un fuego inextinguible.

 

Notas

    Juan proclamaba la necesidad de un nuevo modo de vida expresado, como vimos el domingo pasado, mediante la imagen de preparar el camino al Señor.
    A su proclama responden grandes multitudes de israelitas observantes, que se acercan a él para que los bautice; pero el bautismo tenía que ser expresión de un cambio de actitud en la vida, era «un bautismo en señal de enmienda»; y Juan no debió ver la enmienda por ningún lado, pues recibe a las multitudes con una dura reprimenda: «¡Camada de víboras! ... producid los frutos propios de la enmienda ...» (Lucas 3,7-9).
    Después de este exabrupto tres grupos distintos le hacen a Juan Bautista la misma pregunta: «¿qué tenemos que hacer?».
    El primer grupo, «las multitudes» es el que ha sido recibido por el Bautista del modo antes descrito. La respuesta de Juan nos proporciona algunos datos más sobre quiénes eran los que formaban esta multitudes: era gente sencilla del pueblo que, a lo sumo, tenían dos túnicas y lo necesario para comer cada día; su actitud sumisa revela a fieles israelitas, gente de buena voluntad, pero sometidos a las normas de la religiosidad farisea y que se sentían satisfechos con el cumplimiento de las mismas. A ellos Juan les dice que su enmienda tiene que producirse no tanto en el ámbito religioso cuanto en el de las relaciones con los demás: deben ser solidarios y compartir lo que no es estrictamente necesario con los que nada tienen.
    El segundo grupo está formado por recaudadores de impuestos; éstos,  que trabajaban a comisión, no tenían reparo ninguno en cobrar más de lo que estaba establecido. La enmienda que había de preparar  en ellos el camino al Señor  consiste en no ser personalmente explotadores del pueblo (quizá nos parezca poco, pero no olvidemos que se trata de estar bien dispuestos para un primer encuentro con Jesús).
    El tercer grupo, soldados de Roma, paganos por tanto, recibe una respuesta similar: no abuséis de vuestro poder, no os aprovechéis de vuestra capacidad de violencia para extorsionar a los que son más débiles que vosotros, no seáis  personalmente injustos.
    Este cambio de vida no es definitivo, como no lo es el bautismo que lo significa: se avecina una nueva alianza (simbolizada en la mención a las sandalias, que alude a una antigua ley que prescribía el matrimonio de la mujer que había quedado viuda sin tener hijos con el familiar más cercano, para dar descendencia al marido difunto) y un nuevo bautismo, no con agua, sino con Espíritu; igualmente anuncia un juicio condenatorio para quienes no se arrepientan, que serán destruidos totalmente; el anuncio de este juicio no será posteriormente asumido por Jesús (Lucas 4,14-30).
    La presencia de paganos (los soldados) abre ya una ventana a la universalidad que se generalizará del todo con el mensaje de Jesús.

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