Domingo 20º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Evangelio: Lucas 12,49-53

 

Texto

    49Fuego he venido a lanzar a la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido! 50Pero tengo que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla. 51¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división. 52Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; 53se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra.

Notas

    Termina una serie de instrucciones de Jesús a sus discípulos con una serie de frases que pueden parecernos verdaderamente chocantes.
    La primera,  «Fuego he venido a lanzar sobre la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido!» debe entenderse de acuerdo con lo que este término significa en boca de Jesús: no se trata de un fuego arrasador, instrumento de castigo, como era en las amenazas de Juan Bautista (Lc 3,9.16.17), sino el Espíritu (Hch 2,3) fuerza de vida y amor que entra en conflicto con las estructuras egoístas e injustas de este mundo. El deseo de Jesús, por tanto, es que la fuerza del Espíritu derrote a la injusticia, que el amor venza al odio, que la opresión sea sustituida por relaciones fraternales entre los hombres. Y ese fuego, dice Jesús, ya ha prendido en quienes le han dado su adhesión.
    La expresión tengo que ser sumergido por las aguas alude a su muerte y, por tanto, anuncia la respuesta violenta del orden presente ante su proyecto. Ese orden lo llevará a la muerte pero con ella su Espíritu, que Jesús pone en las manos del Padre, quedará a disposición de toda la humanidad (Lc 23,46; ver también Hch 2,33).
    Ahora encuentra sentido el resto del párrafo: Jesús no quiere paz, si esta se entiende como renuncia a la realización de su programa para evitar conflictos. No es verdadera paz la que esconde la injusticia. Por eso, como la adhesión al proyecto de Jesús y el compromiso de trabajar por la implantación del reinado de Dios, o la opción por el mantenimiento del orden de injusticia presente tendrá que ser, tanto en uno como en otro caso, una decisión personal, los que apuesten por el proyecto de Jesús se verán enfrentados a los que se resistan a que el mundo cambie, a que la injusticia desaparezca, a que la fraternidad universal triunfe. Y ese enfrentamiento podrá llegar a romper incluso las relaciones fundadas en los vínculos de sangre.

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