Domingo 1º de Adviento - Ciclo C

Evangelio: Lucas 21,25-28.34-36

 

Texto

    25Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra las naciones paganas serán presa de angustia, en vilo por el estruendo del mar y el oleaje, 26mientras los hombres quedarán sin aliento por la temerosa expectación de lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo vacilarán. 27Entonces verán llegar al Hombre en una nube con gran potencia y gloria. 28Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, porque está cerca vuestra liberación.
    34Andaos con cuidado, que no se os embote la mente con el vicio, la borrachera y las preocupaciones de la vida, y el día aquel se os eche encima de improviso; 35porque caerá como un lazo sobre todos los que habitan la faz de la tierra. 36Ahuyentad el sueño y pedid fuerza en cada momento para escapar de todo lo que va a venir y poder manteneros de pie ante el Hombre.

Notas

    Después del anuncio de la destrucción del templo (Lc 21,5-6) y la ruina de Jerusalén (Lc 21,20-24), símbolo del sistema opresor que en nombre del Dios de la liberación enviará a la muerte a Jesús, el liberador, se anuncia el fin de los regímenes opresores de las naciones paganas.
    Como ya hemos comentado en ocasiones anteriores, las catástrofes cósmicas no son signo del final de la historia, sino de la caída de los imperios, injustos y opresores (Is 13,10; 34,4; Ez 32,7-8; Jl 2,10.31; 3,15), que impiden la realización del proyecto de Dios para la humanidad, pues imponen un modo de vida estructurado y cimentado en la crueldad y en la opresión, en el poder tiránico y en la anulación de todo tipo de libertad adulta.
    Jesús, que habla a sus discípulos (que le habían preguntado por la restauración de Israel, por el triunfo de su nación), les indica que todo esto es señal, no del triunfo de un pueblo o de una nación, sino del triunfo del Hombre, del ser humano. Por eso, cuando todo esto suceda, en lugar de acobardarse, deben adoptar una actitud valiente y esperanzada: «poneos derechos y alzad la cabeza, porque está cerca vuestra liberación».
    Después los exhorta a estar atentos a los signos de los tiempos (Lc 21,29-35, comparación de los brotes de la higuera, que anuncian la cercanía del verano), y a evitar todo lo que pudiera estorbarles para participar adecuadamente de esa victoria de la humanidad, esto es, dormirse en los laureles, darse a la buena vida o, por el contrario, dejarse angustiar por las luchas de la vida, actitudes distintas entre sí, pero que tienen un efecto semejante: hacernos olvidar que la liberación es también una tarea a la que Dios nos impulsa, una lucha para la que nos ofrece su fuerza, un compromiso que exige que cada persona- especialmente si es seguidora de Jesús- asuma su responsabilidad y se prepare así para el encuentro último y definitivo con el Hombre.

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