Domingo 29º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Evangelio:

 

Texto

    35 Se le acercaron los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
    - Maestro, queremos que lo que te pidamos lo hagas por nosotros.
    36 Él les preguntó:
    - ¿Qué queréis que haga por vosotros?
    37 Le contestaron ellos:
    - Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda el día de tu gloria.
    38 Jesús les replicó:
    - No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de pasar el trago que yo voy a pasar, o de dejaros sumergir por las aguas que me van a sumergir a mí?
    39 Le contestaron:
    - Sí, lo somos. Jesús les dijo:
    - El trago que voy a pasar yo, lo pasaréis, y las aguas que me van a sumergir a mi os sumergirán a vosotros; 40 pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no está en mi mano concederlo más que a aquellos a quienes esté destinado.
    41 Al oírlo, los otros diez dieron rienda suelta a su indignación contra Santiago y Juan.
    42 Jesús los convocó y les dijo:
    - Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad.
    43 No ha de ser así entre vosotros; al contrario, entre vosotros, el que quiera hacerse grande ha de ser servidor vuestro, 44 y el que quiera ser primero, ha de ser siervo de todos; 45 porque tampoco el Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos.

Notas

    La tradición judía alimentaba la esperanza de un Rey Mesías, fuerte y victorioso que derrotaría a los enemigos de Israel y le devolvería a su pueblo el poder y el prestigio que tuvo en la época de David y Salomón.
    Jesús acaba de anunciar por tercera vez su muerte y su resurrección. Algunos de los seguidores de Jesús (Santiago y Juan, los Truenos, los autoritarios, Mc 3,17), herederos de aquella mentalidad tradicional (personalizada en la madre que intercede por ellos), parece que se han confundido con lo que significa morir y resucitar y lo han entendido como el paso de una situación de aparente derrota al triunfo, a la conquista del poder y a la restauración del reino de David. Y se acercan a Jesús a pedirle los dos cargos más importantes en ese que será el día de su gloria, tal y como ellos lo entienden.
    La respuesta de Jesús, dirigida a los hermanos, comienza desautorizando esa tradición y poniendo de manifiesto que, efectivamente, ellos no han comprendido todavía cómo es el mesianismo de Jesús que acababa de anunciarles que  «... el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará» (Mt 20,19-19).
    A ese modo de ser Mesías se está refiriendo Jesús. Y la cercanía con él dependerá del grado de compromiso con su proyecto: Jesús será rey en la cruz; ese será su trono y sus seguidores deben asociarse a su suerte. ¿Están dispuestos a ello los Zebedeos?
    Jesús responde poniendo ante ellos la exigencia de un compromiso: que estén dispuestos a darlo y arriesgarlo todo, incluso la vida, para seguir su ejemplo en la lucha por la liberación de la humanidad: «Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida por la liberación de todos.»
    Los demás discípulos reaccionan, molestos, por el intento de los dos hermanos de adelantarse a los demás y copar los dos mejores puestos. Jesús los convoca y formula una enseñanza de una claridad meridiana: el poder es siempre opresor y, por tanto, incompatible con su proyecto. Frente al poder como eje estructurante de las sociedades humanas Jesús propone el servicio, libremente otorgado. El primero entre ellos será el que, siguiendo su ejemplo, preste un más generoso servicio... al servicio de la liberación.

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