Domingo 2º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Evangelio: Marcos 9,2-10

 

Texto

    2A los seis días Jesús se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos, y se transfiguró delante de ellos; 3sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero de la tierra es capaz de blanquear.
    4Se les apareció Elías, con Moisés; estaban conversando con Jesús. 5Reaccionó Pedro diciéndole a Jesús:
    - Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas; una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
    6Es que no sabía cómo reaccionar, porque estaban aterrados.
    7Sobrevino una nube que los cubría, y hubo una voz desde la nube:
    - Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo.
    8Y, de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
    9Mientras bajaban del monte, les advirtió que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hombre resucitase de la muerte. 10Ellos se atuvieron a este aviso, aunque discutían entre sí qué significaba aquel «resucitar de la muerte».

Notas

    Pedro no había entendido el mesianismo de Jesús, a pesar de haberlo reconocido como el Mesías (Mc 8,27-30), puesto que se niega a admitir el anuncio que Jesús les hace: que tiene que padecer a manos de los dirigentes de su pueblo (8,31-33); por eso Jesús tuvo que explicar a sus discípulos que, si querían seguirlo, debían estar dispuestos a asumir también ellos el riesgo de la persecución y de la cruz (8,34-38). Ante sus reticencias Jesús les ofrece -a Pedro y, con él, a Santiago y Juan, que posiblemente eran de la misma cuerda que Pedro- una experiencia singular.
    En un monte alto, lugar en donde Dios solía manifestarse, Jesús les muestra anticipadamente cuál será su final: Jesús transfigurado es Jesús resucitado, en quien se manifiesta plenamente su condición divina.
    La presencia de Moisés y Elías muestra que Jesús es el cumplimiento de todo lo anunciado en el Antiguo Testamento, Ley y Profetas; pero en Pedro provoca una seria tentación que tiene dos vertientes: quiere detener la historia y quedarse allí a vivir definitivamente; y quiere también poner al mismo nivel a Jesús y a Moisés y a Elías.    La voz del cielo les indica que, desde ahora, es a Jesús, Hijo amado de Dios, sólo a él, a quien hay que escuchar: él es el único portavoz autorizado de Dios.
    El descenso del monte y la orden de mantener en secreto aquella experiencia revelan que el camino sigue, que el proceso de liberación aún no ha alcanzado a toda la humanidad y que para llegar a la resurrección no hay atajos: sólo se resucita de la muerte; o mejor: sólo el don de sí mismo por amor lleva a la victoria de la vida sobre la muerte.