Domingo 31º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Evangelio: Lucas 19,1-10

 

Texto

19     1Entró en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. 2En esto, un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y además rico, 3trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. 4Entonces se adelantó corriendo y, para verlo, se subió a una higuera, porque iba a pasar por allí. 5Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo:
     -Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa.
     6Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. 7Al ver aquello, se pusieron todos a criticarlo diciendo:
     -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador!
     8Zaqueo se puso en pie y dirigiéndose al Señor le dijo:
     -La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces.
     9Jesús le contestó:
     -Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. 10Porque el Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo.

Notas

     El episodio que cuenta el evangelio de hoy lo entenderemos mejor si tenemos en cuenta que poco antes (Lc 18,18-29) el evangelista ha relatado el que se refería al magistrado rico (así lo presenta Lucas) cumplidor de la Ley de Moisés desde su juventud, para el que su riqueza se convirtió en un obstáculo insalvable para seguir a Jesús.
     En este caso, el rico era un recaudador de impuestos. En aquella época, los recaudadores estaban muy mal vistos por el pueblo judío porque, por un lado, trabajaban para el imperio invasor y, por otro lado, extorsionaban a la gente, a la que cobraban más de lo establecido para aumentar su comisión (no cobraban un salario por su trabajo, sino que acordaban un tanto que debían entregar a las autoridades romanas; y lo que conseguían de más se lo quedaban para ellos). Este episodio completa la enseñanza del evangelio del domingo pasado: cualquiera que pida con sinceridad el perdón de Dios -y, en consecuencia, la amistad con él- lo puede alcanzar; pero pedirlo con sinceridad supone estar dispuesto a cambiar de modo de vida. Zaqueo era un ladrón; él lo reconoce. Y decide obrar en consecuencia, haciendo mucho más de lo que estaba prescrito en la ley (Ex 21,37-22,14; Lv 5,20-26).
     Zaqueo muestra interés por conocer - distinguir, ver- a Jesús; pero la multitud -¿el pueblo que lo odia y lo desprecia?- no se lo permite, debido a su baja estatura -lo poco valorado que estaba en la sociedad israelita-. En su intento de ver a Jesús se sube en una higuera, símbolo de la institución religiosa judía (Lc 13,6-9), pero Jesús le manda que baje y, con gran escándalo de todos -¡sus discípulos también se escandalizan!-, se aloja con él en su casa y, con ese gesto, le ofrece su amistad.
     Zaqueo reacciona con una decisión que va más allá de lo que Juan Bautista exigió a los recaudadores («no exijáis más de lo que tenéis establecido» Lc 3,12-13) como señal de enmienda. Entonces, Jesús declara que la salvación ya ha llegado a aquella casa, sin que ningún tipo de marginación pueda ser obstáculo para que él, el Hombre, busque, encuentre y salve lo que estaba perdido.

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