Domingo 6º de Pascua - Ciclo C

Evangelio: Juan 14,23-29

 

Texto

     23Jesús le contestó:
     - Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él. 24El que no me ama no cumple mis palabras; y el mensaje que estáis oyendo no es mío, sino del Padre que me envió.
     25Os dejo dichas estas cosas mientras estoy con vosotros. 26Ese valedor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre por mi medio, él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto.
     27Paz es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estéis intranquilos ni tengáis miedo; 28habéis oído lo que os dije: que me marcho para volver con vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. 29Os lo dejo dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda lleguéis a creer.

Notas

     Jesús acaba de anunciar a sus discípulos que su marcha no es definitiva, que volverá a estar con los suyos siempre que estos cumplan una condición: que lo quieran y que vivan de acuerdo con el amor que le profesan. En correspondencia a ese amor experimentarán a la vez el de Jesús y el del Padre Dios (Jn 15,21).
     Uno de los discípulos (el otro Judas, no el Iscariote) echa de menos algo en la promesa de Jesús: el anuncio de su manifestación gloriosa al mundo entero, la realización del mesianismo tal y como lo habían esperado tantas generaciones del pueblo de Israel. Pero el camino que Jesús ya había elegido para transformar la humanidad no pasa por la seducción demagógica de las masas, sino por la transformación del corazón de los individuos que se van comprometiendo personalmente en la realización del proyecto de Jesús. Quienes así lo hagan se convertirán en lugar de la presencia de Dios, pues en ellos pondrán su casa Jesús y el Padre, de quien procede el mensaje que Jesús propone y que tiene como objetivo una humanidad en la que todos se quieran como hermanos (Jn 13,34-35) y, como Jesús, se pongan al servicio unos de otros por amor, contribuyendo así a la dignificación y a la liberación de todos (Jn 13,1-20).
     La marcha de Jesús está cercana, pero el Espíritu, vida y voluntad de amor, continuará su tarea y completará su enseñanza con los suyos.
     Jesús se despide ya con el saludo tradicional: paz. Pero su despedida no es como la de los que están integrados en este mundo: primero porque la paz que él les desea no es la falsa paz que consiste en esconder y enmascarar la injusticia y la opresión; y, por otro lado, porque su marcha no es definitiva, pues va a la casa del Padre y eso significará que ha completado del todo su misión: cuando llegue ese momento, habrá mostrado, con su amor hasta el extremo, el extremo amor de Dios a la humanidad. La fe les hará interpretar de este modo los duros momentos que están por llegar.

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