5º Domingo de Cuaresma - Ciclo C

Evangelio: Juan 8,1-11

 

Texto

    8 1 Jesús se fue al Monte de los Olivos. 2 Al alba se presentó de nuevo en el templo y acudió a él el pueblo en masa; él se sentó y se puso a enseñarles. 3 Los letrados y los fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, 4 le dijeron:
    -Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio; 5 en la Ley nos mandó Moisés apedrear a esta clase de mujeres; ahora bien, ¿tú qué dices?
    6 Esto se lo decían con mala idea, para poder acusarlo. Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo.
    7 Como persistían en su pregunta, se incorporó y les dijo:
    -Aquel de vosotros que no tenga pecado sea el primero en tirarle una piedra.
    8 Él, inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo.
    9 Al oír aquello, se fueron saliendo uno a uno, empezando por los ancianos, y lo dejaron solo con la mujer, que seguía allí en medio.
    10 Se incorporó Jesús y le preguntó:
    -Mujer, ¿dónde están?, ¿ninguno te ha condenado? 11 Respondió ella:
    -Ninguno, Señor.
    Jesús le dijo:
    -Tampoco yo te condeno. Vete y, desde ahora, ya no peques.

Notas

    Hay serias razones para pensar que este relato no pertenece al texto original del evangelio de Juan. No obstante, dado que la comunidad cristiana lo acepta como parte de la Sagrada Escritura, debemos leerlo como cualquier otro fragmento de los evangelios. Su mensaje, además, es perfectamente coherente con el conjunto de la Buena Noticia.
    El relato es uno más de los muchos que encontramos en los evangelios en los que los fariseos se acercan a Jesús para plantearle un problema cuya solución le podría acarrear dificultades: ¿aceptará Jesús lo que establecen el Levítico (20,10) y el Deuteronomio (22,22) que indican que deben ser condenados a muerte quienes sean sorprendidos cometiendo adulterio?
    Jesús está enseñando en el templo; los fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio y le preguntan si deben cumplir lo que manda la ley de Moisés. Su actitud no es sincera. Primero porque la Ley condenaba también al varón y ellos sólo llevan a la mujer (al varón, aunque los habían sorprendido a ambos en flagrante adulterio, no lo llevan ante Jesús, lo han dejado marchar). En segundo lugar porque quieren meter a Jesús en un callejón sin salida: Jesús, siempre cercano y comprensivo con los pecadores, tendrá que tomar partido o aceptando la validez de la Ley mosaica o, por el contrario, manifestándose en contra de ésta. En el primer caso, su cercanía a los pecadores se revelaría falsa; en el segundo,  podrían acusarlo ante el Gran Consejo.
    Jesús no les responde, sino que se pone a escribir en la tierra, y cuando le insisten los pone delante de su propia conciencia: «Aquel de vosotros que no tenga pecado sea el primero en tirarle una piedra». Y sigue escribiendo. El gesto de Jesús recuerda una frase de Jeremías (17,13): «los que se apartan de ti serán escritos en el polvo». Quizá estaba escribiendo los nombres o las “hazañas” de los acusadores porque «se fueron saliendo uno a uno, empezando por los ancianos».
    Jesús les niega el derecho a erigirse en jueces de sus semejantes. Y él mismo rechaza asumir el papel de juez:  «Tampoco yo te condeno. Vete y, desde ahora, ya no peques».

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