4º Domingo de Cuaresma - Ciclo C

Evangelio:

 

Texto

    15 1Todos los recaudadores y descreídos se le iban acercando para escucharlo; 2por eso tanto los fariseos como los letrados lo criticaban diciendo:
    -Éste acoge a los descreídos y come con ellos.
    3Entonces les propuso Jesús esta parábola...
    11 -Un hombre tenía dos hijos; 12El menor le dijo a su padre:
    -Padre, dame la parte de la fortuna que me toca.
    El padre les repartió los bienes. 13A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido. 14Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y empezó él a pasar necesidad. 15Fue entonces y buscó amparo en uno de los ciudadanos de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. 16Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer. 17Recapacitando entonces se dijo:
    -Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. 18Voy a volver a casa de mi padre y le voy a decir: "Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; 19ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".
    20Entonces se puso en camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
    21El hijo empezó:
    -Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
    22Pero el padre dijo a sus criados:
    -Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; 23traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, 24porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha encontrado.
    Y empezaron el banquete.
    25El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y la danza; 26llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. 27Este le contestó:
    - Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar el ternero cebado por haber recobrado a su hijo sano y salvo.
    28Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo, 29pero él replicó a su padre:
    -A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos; 30en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado.
    31El padre le respondió:
    -Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! 32Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y se le ha encontrado.

Notas

    La parábola llamada del hijo pródigo (es decir del hijo derrochador) es uno de los relatos más ricos del Nuevo Testamento. No es sólo la revelación del amor de Dios, dispuesto siempre a perdonar (que lo es); tampoco es solamente la censura a un modo de ser (el del hermano mayor) que no sabe comportarse como buen hermano del pequeño porque no supo nunca comportarse como hijo de su padre.
    La parábola, además de todo lo anterior, nos presenta cómo se resuelve el dilema que muchas personas han vivido a lo largo de la historia de la humanidad: ¿religiosidad o libertad?, ¿religiosidad o disfrute de la vida?, ¿Dios amo o Dios padre y liberador?    El hijo menor representa a todo ese grupo de gente poco religiosa que se acerca a escuchar a Jesús (recaudadores y descreídos); el hijo mayor a los fariseos y letrados que critican a Jesús por dejar que se acerque a él aquella gente. Unos han renunciado a su libertad para estar cerca de Dios (representado por el padre); los otros se han alejado de Dios porque pensaban que era indispensable hacerlo para poder vivir de verdad, con toda intensidad, la vida.
    Ninguno lleva razón. No conocen a Dios; y por eso no saben ser hijos libres de Dios. No han sabido reconocer el amor; y por eso o no esperan o se irritan ante el perdón. No han descubierto el gozo de ser hermanos y, por eso, uno se marcha sin despedirse y el otro se enfada al tener noticias de la vuelta del que marchó. Y no saben lo que vale la libertad y... o renuncian a ella o la malgastan.
    La parábola, finalmente, no se limita a asegurarnos el perdón de Dios y la vida eterna si nos arrepentimos de nuestros pecados: la parábola nos asegura que la casa del Padre es el mejor sitio para vivir el amor y la libertad y disfrutar de la vida haciendo que ésta sea, para todos, una fiesta.

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