Domingo 33º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Evangelio: Marcos 13,24-32

 

Texto

   24Ahora bien, en aquellos días, después de aquella angustia, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, 25las estrellas irán cayendo del cielo y las potencias que están en el cielo vacilarán, 26y entonces verán llegar al Hombre entre nubes, con gran potencia y gloria, 27y entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, del confín de la tierra al confín del cielo.
   28De la higuera, aprended el sentido de la parábola: Cuando ya sus ramas se ponen tiernas y echa las hojas, sabéis que el verano está cerca.
   29Así también vosotros: cuando veáis que esas cosas están sucediendo, sabed que está cerca, a las puertas.
   30Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo eso se cumpla.
   31El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasaran.
   32En cambio, en lo referente al día aquel o la hora, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo, únicamente el Padre.

Notas

   Jesús acababa de anunciar que el templo de Jerusalén sería destruido (Mc 13,1-2). Ante este anuncio, los discípulos interpretan que, como había sucedido en otras ocasiones, también a este próximo desastre seguiría una acción salvadora de Dios para realizar la restauración, ahora definitiva, del reino de Israel.
   Y, preguntan a Jesús que cuándo sucederán esas cosas y con qué señal anunciará Dios su intervención salvadora en favor de la nación judía (Mc 13,3-4). La respuesta de Jesús, de la que forma parte el evangelio de hoy, es doble: por un lado, les dice que Dios no va a intervenir para salvar a la nación israelita y que, por tanto, no habrá señal ninguna que la anuncie (Mc 13,5-8.14-23); por otro, les comunica que con el desastre de la religión judía comenzará una nueva etapa de la historia, un proceso de liberación abierto a toda la humanidad, en el que irán cayendo los poderes opresores que dominan este mundo (poderes simbolizados en los astros); al mismo tiempo anuncia que Jesús no abandonará en ningún caso a los suyos, a los que mandará recoger a medida que vayan cayendo como consecuencia de su compromiso  (Mc 13,24-27; ver 13,13).
   La destrucción del templo (ver 11,12-14.20-21: la higuera seca es símbolo del templo, centro de una religiosidad estéril, cuyo fin se anuncia) será la señal que abrirá las puertas a los pueblos paganos, cosa que sucederá en un futuro próximo (13,28-31).
   El futuro más lejano, la salvación definitiva es un asunto que queda exclusivamente en las manos del Padre (13,32).