Domingo 31º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Evangelio: Marcos 10,46-52

 

Texto

    46Cuando salía de Jericó con sus discípulos y una considerable multitud de gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. 47Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
    -Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
    48Muchos le intimaban a que guardase silencio, pero él gritaba más y más:
    -Hijo de David, ten compasión de mí.
    49Jesús se detuvo y dijo:
    -Llamadlo.
    Llamaron al ciego diciéndole:
    -Ánimo, levántate, que te llama.
    50Él tiró a un lado el manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús.
    51Entonces Jesús le preguntó:
    -¿Qué quieres que haga por ti?
    El ciego le contestó:
    -Rabbuni, que recobre la vista.
    52Jesús le dijo:
    -Vete, tu fe te ha salvado.
    Inmediatamente recobró la vista y lo seguía en el camino.

Notas

    Jesús está ya cerca de Jerusalén (el episodio que sigue al que se lee en el evangelio de hoy es la entrada de Jesús en Jerusalén), en donde va a culminar su tarea y en donde va a llegar a su momento más álgido el conflicto de Jesús con los poderes del centro religioso, político y económico de Israel.
    A pesar de estar tan cerca el desenlace de dicho conflicto, los discípulos de Jesús siguen aferrados a la idea del poder. Ellos están representados en la figura simbólica del ciego Bartimeo; y lo que sucede a este personaje es lo que ellos necesitan que se produzca en sus vidas.
    Bartimeo, está al borde del camino, el lugar en el cae la semilla que arrebata después Satanás, figura del poder (Mc 4,3.15-17); es, por tanto, símbolo de quienes se entusiasman de pronto con el mensaje de Jesús y, en cuanto aparece el conflicto, la persecución, fallan. Su nombre significa hijo o seguidor de Timeo, hijo o seguidor del Apreciado. El evangelista nos indica así que su idea del Mesías nada o muy poco tiene que ver con el mesianismo de Jesús, despreciado en su propia tierra (6,4).
    Su reacción al saber que pasaba Jesús muestra la cara y la cruz de su actitud (de las actitudes de los discípulos, de quienes es figura): por un lado mantiene la idea del viejo mesianismo triunfalista (llama a Jesús Hijo de David); por otro necesita a Jesús de quien espera solidaridad, compasión.
    El resto del relato revela las necesidades que tienen los discípulos: aceptar a Jesús incondicionada y plenamente, reconocer la propia ceguera y aceptar que él, sólo él, les podrá devolver la vista; y tras esta muestra de fe y de adhesión a su persona, dejar el borde del camino y ponerse a seguir a Jesús, compartiendo con él el camino hacia Jerusalén.

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