Domingo 22º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Evangelio: Marcos 7,1-8.9-13.14-15.16-20.21-23

 

Texto

    (En un tipo de letra menor, los párrafos que se suprimen en el leccionario oficial).

7     1Se congregaron alrededor de él los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén 2y notaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos.
    3Es que los fariseos, y los judíos en general, no comen sin lavarse las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores; 4y, al volver de la plaza, no comen sin antes hacer abluciones; y se aferran a otras muchas cosas que han recibido por tradición, como enjuagar vasos, jarras y ollas.
    5Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados:
    -¿Por qué razón no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos impuras?
    6Él les contestó:
    - ¡Qué bien profetizó Isaías acerca de vosotros los hipócritas! Así está escrito:
        Este pueblo me honra con los labios,
            pero su corazón está lejos de mí.
        7El culto que me dan es inútil,
            porque la doctrina que enseñan
            son preceptos humanos (Is 29,13).
    8Dejáis el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
    9 Y añadió:
    - ¡Qué bien echáis a un lado el mandamiento de Dios para implantar vuestra tradición! 10Porque Moisés dijo:
    «Sustenta a tu padre y a tu madre» y «el que deje en la miseria a su padre o a su madre tiene pena de muerte»;
    11en cambio, vosotros decís: Si uno le declara a su padre o a su madre: «Eso mío con lo que podría ayudarte lo ofrezco en donativo al templo», 12ya no le dejáis hacer nada por el padre o la madre, 13invalidando el manda­miento de Dios con esa tradición que os habéis transmi­tido. Y de éstas hacéis muchas.

    14 Y convocando esta vez a la multitud les dijo:
    - ¡Escuchadme todos y entended! 15Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; no, lo que le sale de den­tro es lo que mancha al hombre.
16 Quien tenga oídos para oír, que oiga.»
    17Cuando entró en casa, separándose de la multitud, le preguntaron sus discípulos el sentido de la parábola. 18El les dijo:
    - ¿Así que tampoco vosotros sois capaces de entender? ¿No os dais cuenta de que nada que entra de fuera puede manchar al hombre? 19Porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina.
    (Con esto declaraba puros todos los alimentos.)
    20 Y añadió:
    - Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre;

    21 porque de dentro, del corazón del hombre, salen las malas ideas: incestos, robos, homicidios, 22 adulterios, co­dicias, perversidades, fraudes, desenfreno, envidia, insultos, arrogancia, desatino. 23 Todas esas maldades salen de den­tro y manchan al hombre.

Notas

    Los dirigentes judíos, que mantienen una vigilancia severa sobre Jesús, lo acusan de permitir que sus discípulos, de los que, según ellos, él es el responsable, transgredan las leyes sobre la pureza.
    Para los judíos, determinadas circunstancias externas al hombre lo hacían merecedor del rechazo de Dios “impuro”, incluso si el sujeto en cuestión no era consciente de esa circunstancia ni podía controlarla; por eso habían establecido una serie de lavatorios, con estrictos rituales, que garantizaban la pureza incluso a los que podrían haberla perdido de manera inadvertida.
    Los dirigentes acusan a los discípulos no sólo de la violar las leyes relativas a la pureza sino también de despreciar las tradiciones de los mayores (las tradiciones orales a las que los fariseos concedían en la práctica más autoridad que a la Ley escrita, la Ley de Moisés).
    Jesús responde con una acusación que ya había sido formulada siglos antes por Isaías: las tradiciones humanas estaban usándose como pretexto para olvidarse de la verdadera voluntad de Dios. Es la constatación del fracaso de la religión. Los hombres, -tal vez sería mejor decir los dirigentes religiosos- en lugar de adecuar su vida y su mundo a la voluntad de Dios, habían hecho una religión a su medida, a su capricho, enmascarando tras una palabrería religiosa huera, una vida y un orden social contrario al plan de Dios.
    Después de poner un ejemplo concreto (vv.9-11), y dirigiéndose a todos los que lo siguen, formula un principio fundamental: el hombre se hace agradable o repulsivo a Dios por sí mismo, por su interior, por sus intenciones, pues estas son las que determinan que sus acciones para con los demás sean buenas o malas.

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