Domingo 2º de Pascua - Ciclo A - Evangelio

Juan 20,19-3

 

          19 Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo:
          - Paz con vosotros.
         20 Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor.
         21 Les dijo de nuevo:
          - Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros.
         22 Y dicho esto, sopló y les dijo:
          - Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados.
          24 Pero Tomás, es decir Mellizo, uno de los doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. 25 Los otros discípulos le decían:
          - Hemos visto al Señor en persona.
Pero él les dijo:
          - Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo.
         26 Ocho días después, estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo:
          - Paz con vosotros.
         27 Luego dijo a Tomás:
          - Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.
         28 Reaccionó Tomás diciendo:
          - ¡Señor mío y Dios mío!
         29 Le dijo Jesús:
         - ¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer.
         30 Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no está escritas en este libro; 31 estas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él.

 

            Los discípulos de Jesús viven escondidos y se sienten, llenos de miedo, clandestinos. A pesar de que ya ha amanecido el nuevo mundo, ellos permanecen en la noche; están asustados, se sienten amenazados. Pero para ellos está cercana la liberación.

            Jesús se hace presente en medio de la comunidad; en su cuerpo las señales de su amor y, a la vez, del odio que lo llevo a la muerte. Su presencia deshace el miedo, que se convierte en alegría. A los miembros de la comunidad les desea la paz, los hace partícipes de su misión y les comunica su propio espíritu, el Espíritu Santo, que los hace hombres nuevos y les confiere autoridad y fuerza para la misión, para acoger e integrar a quienes asuman el proyecto de Jesús y para denunciar cualquier tipo de complicidad con el injusto orden de este mundo y declarar fuera de la comunidad a sus responsables.

            Al saludarlo, Jesús les desea paz, su paz: armonía interior que se completa y es también efecto de la armonía con el entorno: con la Tierra, con el resto de la humanidad, con Dios.

            Tomás no acepta el testimonio de la comunidad y exige pruebas tangibles para creer; a él se le concederá una experiencia única: volver a ver a Jesús vivo y resucitado. Pero será un privilegio singular, quizá porque fue el primero en mostrarse dispuesto a morir con Jesús (Juan 11,16): lo normal será que la fe se trasmita, sin necesidad de experiencias extraordinarias, a través del testimonio de la comunidad, de la calidad del amor que caracteriza la vida de sus seguidores.