Domingo 24º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Evangelio: Mateo 18,21-35

 

 

             21 Entonces se adelantó Pedro y le pregunto:
             - Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?
                 22 Jesús le contestó:
             - Siete veces, no; setenta veces siete.
                 23 Por esto el reinado de Dios se parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados. 24  Para empezar, le presentaron a uno que le debía muchos millones. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su mujer, sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso.
                  26 El empleado se echó a sus pies suplicándole:
             - Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo.
              27 El señor, conmovido, dejó marcharse a aquel empleado, perdonándole la deuda.
            28 Pero, al salir, el empleado encontró a un compañero suyo que le debía algún dinero, lo agarró por el cuello y le decía apretando:
             - Págame lo que me debes.
                  29 El compañero se echó a sus pies suplicándole:
             - Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré.
                  30 Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
               31 Al ver aquello sus compañeros, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor lo sucedido. 32 Entonces el señor llamó al empleado y le dijo:
             - ¡Miserable! Cuando me suplicaste te perdoné toda aquella deuda. 33¿No era tu deber tener también compasión de tu compañero como yo la tuve de ti? 34 Y su señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.
                  35 Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.

 

            La parábola no es más que es una ejemplificación del mensaje contenido en el evangelio del domingo pasado y en el de la primera lectura y el salmo de este domingo: Dios otorga su perdón con una única condición, el perdón entre los hermanos.
            Si, como muestran las lecturas anteriores, el perdón es una muestra de amor, no se puede, no tiene ningún sentido pretender ser objeto del amor de Dios para hacer ineficaz ese mismo amor; el amor de Dios tiende necesariamente a extenderse, a comunicarse: ser objeto del amor de Dios significa convertirse en cauce para que ese amor llegue al mayor número de hermanos. Negarse a perdonar supone, por tanto, bloquear, interrumpir la corriente del amor de Dios.

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