Vigilia Pascual
Ciclo C

16 de abril de 2022
 

O vivos, o resucitados

    «Esta es nuestra alternativa: o vivos o resucitados». La frase, de Pedro Casaldáliga, es una magnífica síntesis de la esperanza cristiana, de la fe en la resurrección de Jesús a la que nosotros estamos vinculados -definitivamente, si así lo queremos- por nuestro bautismo. Así sucedió con Jesús: pasó por la muerte, pero fue sólo para revelar con su amor fiel el inmenso amor del Padre; y enseguida le llegó, fruto natural y necesario del amor: la vida, la resurrección. Ahora el turno es nuestro.

 

Texto y breve comentario de cada lectura
Lecturas del Antiguo Testamento
Génesis 1,1-2,1 Éxodo 14,15-15,1 Ezequiel 36,16-17a-18-28
Lectura apostólica Salmo responsorial Evangelio
Romanos 6,3-11 Salmo 117[118],1-2.15B-16.22-23 Mateo 28,1-10




Del caos al orden


    De la luz a la tiniebla, de la nada a la vida.
    La fuerza inagotable de la vida de Dios no podía permanecer en una eterna, inmutable y desconocida soledad. Luz y orden, venciendo al caos y a la tiniebla, configuran el principio de este mundo nuestro; vida y bondad -«y vio Dios que era bueno»-, expresión del amor inagotable de un Dios bueno que quiere compartir su felicidad, un Dios que no es totalmente feliz -este antropomorfismo  podría sonar a blasfemia, pero ésta es la manera de expresarse de la Biblia- si no ve que otros son también dichosos.
    Y así comienza una historia de encuentros y lejanías en la que, a cada acercamiento de Dios a sus creaturas, éstas, libres a imagen y por voluntad de su Hacedor, responden con un paso adelante y muchos atrás; a cada intento de Dios por ordenar el caos e iluminar las tinieblas, replican llamando orden al disparate y esplendor a la oscuridad.
    La causa no está en la naturaleza del hombre, sino en su corrupción que el deseo de poder y el ansia de dominio provoca.
    Esta es la historia que van contando las lecturas de la Vigilia Pascual: creación, elección y promesa de Abraham, liberación de la esclavitud de Egipto, declaración de apasionado amor, ratificación de la fidelidad a la palabra -palabra de amor- dada, recuerdo de las exigencias que deben hacer posible el orden de la vida, promesa del Espíritu, de más vida...
    Es la historia vista desde la perspectiva de la experiencia de un Dios que mantiene su fidelidad aunque la otra parte, la humanidad, el pueblo, sea también constante -y consciente- en su infidelidad.

 

Porque es eterno su amor

    En la lectura creyente que hace Israel de su historia, el paso del Mar Rojo fue para ese pueblo la puerta de la libertad. Atrás quedaron el oprobio y el sufrimiento, y la dignidad de hombres pisoteada y anulada. Este compromiso de Dios con la libertad de su pueblo muestra su grandeza, su gloria, su justicia y, sobre todo, su amor: «Él dividió en dos partes el Mar Rojo ... y condujo por en medio a Israel porque es eterno su amor» (Salmo 136,13-14). Amor a aquel pueblo, que todavía no era el suyo, con el que todavía no había acordado su alianza, amor a los más desgraciados de la tierra, amor a la más extraordinaria de todas sus creaturas.
    Porque Dios ama al ser humano, no puede soportar impasible que algunos no permitan a otros desarrollar todas las posibilidades que puso en él. Aquella experiencia, preparada por la celebración de la Pascua, se convirtió en uno de los hechos fundantes del pueblo de Israel y sigue siendo, todavía hoy, uno de los pilares básicos de nuestra fe: Dios ama al hombre y, porque lo quiere como hijo, lo quiere libre. Y ha querido comprometerse, desde su primera manifestación, con su libertad.
    Ese amor lo recibimos y lo celebramos hoy manifestándose en forma de vida desbordante, como victoria sobre el odio que esclaviza tanto al que lo siente -más quizá a éste- como al que lo sufre, y como reivindicación de la justicia del injustamente ajusticiado.

 

O miedo... o fe en la vida

    Lucas entiende el camino de Jesús hacia Jerusalén, que ahora se completa, como un nuevo éxodo. Pero el éxodo no es más que camino de paso hacia la Tierra Prometida, prólogo de la libertad, preámbulo de una vida buena, de una existencia digna. Eso es lo que nos dice la palabra de Dios: tenía que cumplirse lo que Jesús había anunciado; pero tenía que cumplirse todo.
    Jesús había anunciado por tres veces a sus discípulos que tendría que morir, pero que al tercer día resucitaría. Pero, según revela el comportamiento de sus seguidores, parece que sus palabras no dejaron en ellos una huella demasiado profunda: un grupo de mujeres -que fueron quienes, de entre sus amigos, estuvieron más cerca de él cuando murió y cuando lo sepultaron- muestran con su actitud que estaban convencidas de que todo había terminado con la muerte, ya que, siguiendo la costumbre, se dirigen hacia el sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús con ungüentos y aromas para lo que consideraban su descanso definitivo. Comenzaba ya una nueva etapa de la humanidad (eso significa «el primer día de la semana», el comienzo de un mundo nuevo), pero ellas estaban todavía atadas a las costumbres y leyes del mundo viejo y, a pesar de que Jesús había dejado claro que no era el sábado, la ley del descanso lo importante, sino la persona, el ser humano (Lc 6,1-5), ellas dejan pasar el día de precepto sin moverse, sin buscar a Jesús, para no violar la ya vieja ley.
    Por eso no es extraño que vayan a buscar a Jesús entre los muertos, pues no se habían liberado todavía del dominio del sistema que asesinó a Jesús. Querían a Jesús, y por eso van al sepulcro, pero parece que no creían en lo que Jesús les había anunciado.
    Y no es extraño que cuando vuelven del sepulcro para a anunciar a un grupo de discípulos lo que les ha sucedido -¡les han revelado que Jesús ha resucitado!-, éstos tomen sus palabras por delirio de mujeres, y que Pedro, que va a verificar lo que las mujeres habían dicho, después de comprobar que el sepulcro está vacío, se vuelva a su casa «extrañado de lo ocurrido», ¡sólo extrañado!
    En realidad nunca se habían creído lo que Jesús les anunció: que tendría que morir, pero que al tercer día resucitaría. Ellos, que se llegaron a mostrar dispuestos a pelear por Jesús (Lc 22,38.49-50), e incluso a acompañarlo a la cárcel o a la muerte (Lc 22,33) no parecían preparados para seguirlo en su ruptura con un mundo decrépito y podrido, ruptura necesaria para que fuera  posible el hombre nuevo. Por eso, el día en que se completa la obra de la creación, nace ese nuevo mundo y se manifiesta el primer Hombre nuevo, siguen anclados en la observancia de una ley vieja, cumplida ya en todo y, por tanto, caducada. Y, después de observar lo establecido en los preceptos legales, salen y  buscan entre los muertos al que vive y, ante el anuncio del triunfo de la libertad del amor y de la vida, sienten miedo o, como mucho, acaban, como Pedro, extrañados de lo ocurrido.

 

No está aquí

    «No está aquí, ha resucitado». Se ha cumplido lo que él ya había anunciado. Y el cumplimiento de esas palabras es garantía de que todo lo que dijo era verdad. Por eso no sólo ha vencido la vida sobre la muerte, sino también el amor sobre el odio, la solidaridad sobre el egoísmo... sobre aquel dios falso que habían instalado los jerarcas en el templo ha vencido el Padre; sobre la ley, ha triunfado la libertad. Por eso es inútil buscar a Jesús entre los muertos...
    ...o entre los aliados de la muerte.
    No lo encontraremos si lo buscamos  en medio de un sistema que teme a la solidaridad y considera poco rentable el amor es inútil buscar a Jesús; entre leyes frías y ceremonias rutinarias es inútil buscar a Jesús; entre los que anteponen su propia ortodoxia a la fidelidad práctica al evangelio liberador es inútil buscar a Jesús; junto a un dios cómplice de los poderosos y de los amos del dinero es inútil buscar a Jesús; entre los que esclavizan a los pobres, explotan a los trabajadores y oprimen a los débiles es inútil buscar a Jesús; junto a un dios cruel que justifica el uso de la violencia, incluso contra los inocentes, es inútil buscar a Jesús; entre los que provocan las guerra y los que se benefician de ellas, entre los mercaderes de la muerte, es inútil buscar a Jesús. Aunque la palabra «dios» no se les caiga de la boca, aunque se empeñen en obligar a los niños a rezar en las escuelas, aunque todo lo hagan a mayor gloria de su dios, aunque digan que defiende la cultura y la tradición cristianas al mismo tiempo que se muestran contrarios ante la igualdad de todos los seres humanos y los discriminan por razón de raza o de sexo u orientación sexual o de posición social...  aunque bendigan en nombre de su dios sus cañones y le encomienden sus víctimas pero no las enemigas, aunque sus organizaciones lleven el apellido de cristianas, aunque siempre lleven colgada una cruz..., entre ellos es inútil buscar a Jesús. Ese es el reino de los muertos y Jesús está entre los vivos.

 

Buscadlo entre los vivos

    Allí es donde Jesús se encuentra. Primero junto al Padre, que le dio la razón y se la quitó a sus asesinos, conservándole la vida. Junto al Dios que él anunció: el que no se deja manipular por los intereses de unos pocos, el que había dejado claro que sólo a su Hijo se debe escuchar, el que está dispuesto a dar siempre una nueva oportunidad, el padre que se alegra de recobrar con vida al hijo rebelde, el que, como se manifiesta en la actuación del mismo Jesús, es comprensivo con quienes cometen algún error, el que no manda a su Hijo a condenar al mundo, sino a salvarlo, el que aceptó su muerte porque en ella se alcanzaba y se revelaba un desmesurado amor.
    También se encuentra junto a todos los que han aceptado la vida de ese Padre y, sintiéndose hermanos, luchan para defender la vida de las personas: entre los que presentan a Jesús como él quiso presentarse, defensor de los pobres, amigo de los pecadores, entre los que comparten el pan y la vida, entre los que luchan por la justicia, entre los que trabajan por la paz, entre los que hoy, en el siglo XXI, se juegan la libertad por rescatar vidas en medio del mar, entre los que defienden el medio vital de la humanidad y son despreciados, perseguidos o asesinados por ello..., entre los vivos se encuentra Jesús porque él está vivo: el Dios que se dio a conocer liberando a un grupo de esclavos lo ha liberado de la muerte, y de esa manera ha abierto las puertas de la liberación integral y definitiva para todos los hombres.

 

Vinculados a su muerte... viviremos con él

    Hagámoslo hoy, al celebrar de nuevo la Pascua, renovamos nuestra vinculación a la muerte y resurrección de Jesús, nuestro bautismo (en los primeros tiempos de la Iglesia, esta noche era la única del año en que se bautizaban los nuevos cristianos), renovamos nuestro compromiso y nuestra fe en el proyecto de Jesús.
    Las circunstancias de nuestro mundo hacen necesario todavía el éxodo, la lucha por la justicia y la  liberación; la meta es la fraternidad universal dentro del amor de un Padre bueno, el fin es una  humanidad nueva que vive con la vida del resucitado que, aunque ya ha empezado a ser realidad, todavía queda muy lejos de los que siguen siendo víctimas de un orden de muerte,  contrario a la voluntad de Dios; por eso la vinculación a Jesús resucitado tiene que ser también solidaridad con su muerte, es decir, con las razones que lo llevaron a afrontar el conflicto, con la fidelidad con que se mantuvo hasta el final y con el amor que manifestó en la cruz, y con las víctimas, con los que siguen crucificados en nuestro mundo, colgados del inmenso número de cruces que un sistema injusto y opresor mantiene repartidas por el mundo entero. Con la confianza, con la esperanza cierta de que, si perdemos la vida, será para convertirnos en resucitados. Con la seguridad de que, aunque no sepamos ni podamos imaginar cómo será en realidad, sobre la muerte, al final triunfará definitivamente la vida.