Domingo 3º de Pascua
Ciclo C

5 de mayo de 2019
 

¿Quién es nuestro líder?



     Los cristianos, ¿a quién seguimos? ¿Cuál es nuestro modelo? ¿Quién es nuestro líder? ¿No parece que, a veces, el punto de referencia que menos importancia tiene para nosotros, de hecho, es Jesús? Si queremos que nuestro seguimiento sea respuesta auténtica a la llamada de Jesús, hay dos cosas que tenemos que tener muy claro: que la cabeza es Jesús, sólo Jesús; y que la comunidad es el ámbito en el que Jesús se hace presente.
     Y una cosa más: que esta presencia no es una cuestión jurídica, sino vital.

 

Texto y breve comentario de cada lectura
Primera lectura Salmo responsorial Segunda lectura Evangelio
Hechos 5,27b-32.40b-41 Salmo 29,2.4.5-6a.11-12a.13b Apocalipsis 5,11-14 Juan 21,1-19



¿No os habíamos prohibido...?


     No tardaron en llegar las persecuciones que anunció Jesús a sus discípulos. Sólo un par de meses después de su resurrección, los dirigentes religiosos de Israel mandaron detener a los apóstoles -ya habían hecho comparecer ante el Consejo a dos de ellos, Pedro y Juan- y los encarcelaron. Con expresiones que recuerdan la salida de Israel de la esclavitud de Egipto, cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que «por la noche el ángel del Señor los sacó fuera» y les dijo que fueran a explicar al pueblo el «modo de vida» contenido en el evangelio. Lo hicieron y no tardaron en ser detenidos de nuevo y llevados a presencia del Consejo.
     La intervención del Sumo Sacerdote refleja la inmensa soberbia de quien se cree un dios en la tierra, con capacidad para decidir sobre la conciencia, la libertad y la vida de sus semejantes: «¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar sobre esa persona?».
     La pregunta podría hacer creer que lo que le preocupa a aquel dirigente es la sana doctrina -«habéis llenado Jerusalén de vuestra enseñanza»- pero lo que en realidad le molesta es que aquella enseñanza llevaba implícita una terrible acusación contra él y los suyos: «pretendéis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
     En su respuesta Pedro pone de manifiesto que, en efecto, esa denuncia está contenida en el mensaje de Jesús, porque el dios que ellos predican, ya nada tiene que ver con el Dios liberador de Israel, «El Dios de      nuestros padres», pues éste «resucitó a Jesús», a quien ellos habían      asesinado «colgándolo de un madero». Esa muerte -ese homicidio-, constituye la denuncia permanente de un orden injusto que no deja de hablar de justicia, de mentira que se hace pasar como verdad, y de un dios falso al que se presenta como el Dios de la liberación, y será, junto con el anuncio de la resurrección, el núcleo del anuncio del modo de vida y la explicación del verdadero ser de Dios que también se muestran en esa muerte: amor, generosidad, don de sí, reconciliación, libertad y vida.
     El conflicto con el poder -en este caso el      poder religioso- empezó pronto. Y no cesará mientras haya quienes asuman en su integridad «la causa de Jesús».
    
     Entre los detenidos y apaleados estaba Pedro que ahora estaba poniendo en práctica lo que aprendió en uno de sus encuentros con Jesús después de la resurrección.
     Pedro había opuesto una fuerte resistencia para aceptar el mesianismo de Jesús, pacífico y  ajeno al poder; él fue uno de los que más obstinadamente se resistió a admitir que fuera necesario y coherente con el plan de Dios el enfrentamiento de Jesús con la jerarquía religiosa judía y que ese conflicto lo llevara a la muerte. Su falta de confianza lo llevó en el momento más crítico, cuando Jesús  estaba detenido y era interrogado en casa del sumo sacerdote, a negar por tres veces su relación con Jesús. Pedro había destacado también por su vocación de líder, cosa que Jesús tuvo que corregir seriamente, incluso después de su resurrección.




Cuando y donde pescar

          La pesca sirve en los evangelios para simbolizar la misión de la comunidad cristiana (cuando Jesús llamó a los primeros discípulos les dijo que serían pescadores de hombres vivos, véase Mc 1,17). Jesús no les entregó la Buena Noticia en propiedad para que ellos la disfrutaran. La Buena Noticia tiende por su misma naturaleza a ser comunicada, y la comunidad cristiana es la encargada de hacer que ese objetivo se cumpla: mostrar a todos cuál es el proyecto de Dios para la humanidad y procurar que, entusiasmados con ese proyecto, libremente lo acepten y lo lleven a cabo. El trabajo, la pesca, es el anuncio de la Buena Noticia; los hombres que aceptan el mensaje están simbolizados en los peces, fruto de aquel trabajo.
          La noche, en el evangelio de Juan, representa la ausencia de Jesús, luz del mundo (Jn 8,12).
     Pedro había negado a Jesús (Jn 18,15-27) porque no estaba dispuesto a aceptar que el amor de Jesús por la humanidad tuviera que llegar a la exageración de dar la vida. No había descubierto que el amor es más fuerte que la muerte (véase Cant 8,6), y no sólo se disgustó porque Jesús se dejó matar, sino que hizo todo lo posible para no seguir él el mismo camino... y negó por tres veces a Jesús. Ahora Pedro decide, por propia iniciativa, empezar la tarea, dar comienzo a la misión: «     Voy a pescar», dice al resto de la comunidad. Y los demás lo siguen... a él: «Vamos también nosotros      contigo». Por eso es de noche, porque no han dejado espacio a Jesús. Y por eso no obtienen ningún fruto de su trabajo... hasta que se hace de día al hacerse presente Jesús.
     Él se queda a una cierta distancia: el trabajo ya no le corresponde desarrollarlo a él, sino a la comunidad de sus seguidores. Pero no por eso se desentiende; al contrario, indica a aquel grupo de cansados y desalentados pescadores por dónde deben echar la red, hacia dónde deben dirigir su objetivo: hacia la muchedumbre de hombres y mujeres que están necesitados de un proyecto para su vida, a la muchedumbre de seres humanos que buscan con ansia un camino hacia la felicidad; a los pobres, los enfermos, los oprimidos, los desgraciados; hacia los mismos a los que se dirigió preferentemente Jesús. Y si se trabaja junto con Jesús, esa muchedumbre responderá y el esfuerzo se verá coronado por el éxito: «...la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres». Son las nuevas comunidades que, unidas a Jesús, se incorporarán a la tarea.




El estilo del pescador

     Pero el estar unido a Jesús no es sólo un sentimiento ni, menos aún, un documento, un certificado. Estar unidos a Jesús es una actitud de vida y una actividad: ponerse a caminar tras sus huellas dispuestos a recorrer su mismo camino para, de una u otra manera, terminar en su misma meta. Es adoptar como única norma de vida el amor a la humanidad y, de manera especial, a los pobres y oprimidos, a los pequeños, a los débiles, a los que no tienen, no saben, no pueden..., dispuestos a dedicar la vida a lograr que tengan lo que necesitan para ser personas, para sepan que son hijos de un Padre que los quiere y para que puedan salir juntos de la miseria, la humillación y la ignorancia.
     Comprometidos en esa misión, se logra, además, otro fruto: el amor que crece dentro de quien lo practica hasta el punto de llegar a darse, como se dio Jesús, como alimento para la vida del mundo. Y la renovada entrega de Jesús fundiéndose con la entrega de los suyos (esa entrega está simbolizada en el pescado que Jesús ofrece, y que no es de los que acababan de pescar los discípulos, y en los que los discípulos aportan y que todos comparten) se hace eucaristía, acción de gracias al Padre, por haber hecho posible que los hombres empiecen a vivir como hermanos.



Sígueme a mí

     Y eso es lo que pide Jesús a Pedro: que dé el fruto que corresponde a quien es partícipe de la misión de Jesús; que se olvide de sus delirios de grandeza, que no se mantenga encadenado a las tradiciones, que deje ya, de una vez por todas, sus manías de líder y que ponga toda su pasión en la realización de la tarea que se le encomienda: «Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Apacienta mis ovejas», esto es, que, como Jesús, el modelo de pastor, se juegue y esté dispuesto a perder la vida para la felicidad de los hombres, sus hermanos.
     Ser pastor al estilo de Jesús no es ser jefe. Jesús no acepta este tipo de relación entre él y los suyos: «No, no os llamo siervos... a vosotros os vengo llamando amigos» (Jn 15,15). El tener una especial responsabilidad de cara a la comunidad no puede suponer, en ningún caso, ni esconder la presencia de Jesús ni anular el papel de la comunidad, sino ponerse al servicio de ésta siguiendo los pasos del pastor modelo, de Jesús.
     El diálogo entre Jesús y Pedro con el que termina el evangelio de hoy deja bien claro qué es lo que Jesús exige a Pedro: «Apacienta mis corderos», realiza, sí, la tarea de pastor... pero siguiendo mi ejemplo. Y, como nos dice el evangelio de Juan (10,11) ser pastor según el modelo de Jesús consiste en dar la vida por el rebaño. Cuando Jesús, después de preguntarle por tres veces que si lo quiere, que si lo ama, después de escucharle decir que sí, y después de invitarlo por tres veces a que apaciente sus corderos y sus ovejas, se asegura de que Pedro ya ha comprendido y de que ahora sí que está dispuesto a dar testimonio de su fe, entonces -¿no resulta extraño que Jesús no invite a Pedro a seguirlo hasta después de su muerte y resurrección?- lo invita a seguir sus pasos: «Sígueme». Y vaya si lo siguió: hasta la misma cruz. Aunque según la tradición quiso que lo crucificaran cabeza abajo quizá para que ya nadie lo confundiera a él con el Señor.

     A veces parece que nuestras comunidades son cristianas sólo en segundo término; en primer término hay otra figura que no es la de Jesús: un santo, una imagen, una advocación de María... Otras veces lo que parece es que ser cristiano es una cuestión estrictamente personal, individual. Esto puede ser verdaderamente peligroso: si vamos solos o si seguimos a alguien distinto de Jesús, -aunque a aquel que sigamos le llamemos santo o él se haga llamar padre-, el resultado puede ser la frustración de una noche de dura brega que tiene como resultado una red totalmente vacía. De peces, al menos; aunque pueda estar llena de oro, de perlas o de otros tesoros.
     ¿Podríamos encontrar en este evangelio algún indicio que nos ayudara a entender las causas de que las iglesias cristianas enganchen cada vez menos, entusiasmen cada vez menos y convenzan cada vez a menos gente?