
Alcemos nuestra voz. No permitamos que el ruido de los que quieren ver la Unión Europea convertida en un castillo para privilegiados acalle el grito de la gente que se siente solidaria con otras personas, precisa y exclusivamente por eso, porque son seres humanos que necesitan ayuda. |

4 de junio de 2023 |
Vida, amor y libertad para la humanidad
El nuestro es un Dios que, porque da la vida, es Padre, porque entrega su vida para hacer hermanos es Hijo y, como vida que se entrega para que los hermanos se quieran, es Espíritu. Un Dios que ha querido manifestarse como Hombre entre los hombres y que ha querido que el ser humano pase, como Hijo, a formar parte de la divinidad. Un Dios que es amor, sólo amor, en sí mismo y en sus relaciones con el hombre. Un Dios al que damos gloria cuando hacemos que su misericordia reine entre nosotros. Un Dios que se define a sí mismo por su relación con la humanidad: Padre de los hombres, hermano de los hombres y vida, amor y libertad de los humanos1.
Esto es lo que celebramos este domingo.

CARTA DEL PAPA FRANCISCO
A LOS MOVIMIENTOS POPULARES
En este último mes he podido asistir en las redes sociales, entre otras, a dos líneas de comportamiento absolutamente contradictorias. Por un lado, una positiva, solidaria, resistente, crítica en ocasiones pero siempre respetuosa. Esa línea se veía reforzada y verificada por las noticias que llegaban a través de amigos, compañeros y algunos medios de comunicación.
En el lado contrario (al menos en lo que se refiere a mi personal percepción) otra línea totalmente contraria (insisto, al menos así lo percibía yo) que traducía su dolor por el sufrimiento y la muerte de tantas personas en resentimiento, en insultos, en atribucón permanente de culpas a otros, en falsedades, en desprecio... en odio.
Carta del Papa Francisco al Pueblo de Dios
«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26). Estas palabras de san Pablo resuenan con fuerza en mi corazón al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas. Un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes. Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad.